Los resultados de las elecciones presidenciales del domingo 3 de febrero, en mi opinión, sorprendieron a muchos -entre ellos al candidato ganador- quien a media tarde hizo un llamamiento a sus seguidores para que se acercaran a las urnas a darle respaldo (acción contraria y prohibida por la ley), porque indudablemente sentía que su victoria no era segura.

Muchos teníamos la impresión que los resultados arrojarían una necesaria segunda vuelta para definir al ganador, y que el tercer lugar sí se definiría claramente para el partido de gobierno, debido a la pésima administración en los dos períodos ejercidos, y a la deficiente satisfacción de las necesidades de las expectativas de la población, al ofrecerle el paraíso terrenal que resultó una realidad, solo para algunos de los dirigentes que, pese a los esfuerzos, no pudieron esconder. Promesas tales como que en un tercer gobierno de quienes en un tiempo estuvieron alzados en armas corregirían los errores cometidos, solamente enardecieron los ánimos de los votantes y reafirmaron la voluntad de rechazo para alejarlos del poder. Por el lado de la derecha observamos un candidato que “se fajó” recorriendo el territorio de arriba abajo y de Este a Oeste; pero pareciera que el pasado de la leyenda de la “oligarquía” explotadora, aún permanece oculta en la memoria de muchas familias humildes que viven en pobreza extrema, y por las cuales no se ha hecho lo suficiente para revertir esa lamentable condición.

La delincuencia en extensos territorios donde la autoridad no tiene control, nos hace recordar proféticas frases del ahora San Óscar Arnulfo Romero: “Repartan voluntariamente sus bienes, porque si no, les van a arrancar los anillos”. Son palabras para meditar, porque si el gobierno -cualquier gobierno- no logra imponer una paz social aceptable, se incrementará una guerra más feroz que la que ya se vive entre las pandillas, con las extorsiones y quienes a diario luchan por ganarse el pan de cada día, sean trabajadores o empresarios pequeños, medianos o grandes. Pero lo más curioso y llamativo de lo ocurrido el domingo 3, y que más nos llama la atención, es que antes de una semana, la gran alianza de partidos de la supuesta derecha se disuelve como la sal en el agua, y los partidos que la forman se ofrecen al candidato ganador, para apoyarlo desde la Asamblea Legislativa, en sus proyectos que “beneficien al pueblo”.

Lo mismo hacen, aunque más discretamente, algunos diputados de ARENA, recurriendo al argumento de que los tiempos “han cambiado” y que es necesario modernizarse.

Para mientras, miles de los votantes que aún confían que el sistema electoral es la vía para escoger autoridades que gobiernen, se cuestionan cuál es el pensamiento del ganador que militaba en el partido de los exguerrilleros, hasta que fue expulsado, por ignoradas razones. Y que fue impulsado y acogido por un partido nacido por disidentes del partido de derecha ARENA, cuyo líder se encuentra en prisión, convicto por apropiación de fondos públicos, junto con sus más cercanos colaboradores; partido que se declara oficialmente de derecha, pero que cuando vota en la Asamblea, generalmente lo hace acompañando al partido de gobierno, de izquierda.

Por ahora, todo el mundo esperará para ver quiénes formarán el equipo que conducirá el país por estos cinco años. Por lo demás, los partidos participantes deberán replantearse profundamente cuál es el futuro de las sociedades modernas, y especialmente en estos países del llamado tercer mundo o países en desarrollo.

En Nicaragua o Venezuela se mantienen en el gobierno porque son dictaduras, es decir, no atienden la voluntad del pueblo. Aca, la cosa ha sido diferente. Apresurarse a reconocer al gobierno ilegítimo de Maduro causó un efecto contrario en los votantes, y provocó más rechazo. Lo mismo romper con Taiwán y reconocer a China Continental. Los salvadoreños esperamos que en los meses que faltan para entregar el poder no se cometan imprudencias que afecten a la población en su bienestar, por demostrar un fanatismo desfasado.