El que cree tener las soluciones para todo quiere tener todo el poder para lograrlo. Está convencido que se lo merece, que es el designio divino.

Su discurso para convencer a la gente que eso debe ser así puede ser encantador, animoso, sobrecogedor, tocar el corazón y elevar a la multitud al cielo donde ven un horizonte claro, despejado, limpio y apetecible. Pero son estafadores. Espejitos por oro. A cambio de un discurso esperanzador quieren que les demos el Estado completo.

Sin duda que para algo son buenos: intuir lo que la gente quiere oír y exactamente decirles eso y de la forma precisa, ¡eso sí!, adornada, pero con un mensaje claro.

Sin embargo, no son buenos lectores ni instruidos ni cultos. Carecen de cultura política, ¡es más!, con dificultad han leído un libro sobre historia política o historia del pensamiento político, y es que sucede, como dice el dicho, que a la persona con mal aliento como a la ignorante se les nota cuando abren la boca. Y ellos la abren a menudo y se les siente a gran distancia la halitosis mental. Su incapacidad para citar máximas de grandes políticos o estadistas, de militares famosos genios de la estrategia, de filósofos, etc., es total, nunca enriquecen su pobre sonsonete con una frase de esas que erizan los pelos y satisfacen el intelecto.

Y lo que es peor, aunque en apariencia están bien informados de sucesos políticos, sociales y económicos de la actualidad, no logran ofrecer un análisis sesudo de los acontecimientos, sino que todo lo refieren a dos o tres ideas: la corrupción de los partidos tradicionales, los ricos, el imperio. Allí murió todo.

El problema es que los políticos de esos partidos tradicionales, los cuales también nos aburren, tampoco es que sean una fuente de riqueza cultural, es decir, cuesta apreciar una cultura o intelectualidad política que lo deje absorto y ensimismado de tanta sapiencia, entonces tampoco los votantes tienen parámetros dignos para hacer una comparación.

Lo que si aprecio de los políticos viejos es que incluso cuando mienten (o sea, siempre), suelen parecer –la mayoría-, prudentes, astutos, sagaces, enigmáticos como las serpientes o los zorros. Me entretienen.

El populista no solo tiene hueca esa parte del cerebro donde en una persona “leída” se almacena la cultura, sino que en su locura mesiánica lo que encierra es una nueva teocracia en la cual él es el centro de un nuevo culto. Se rodea de admiradores cercanos que le rinden pleitesía, le dan aire con sus adulaciones para que el sumo pontífice mantenga fresco permanentemente su ego. Él no tiene consejeros, él tiene cardenales. No tiene ministros, tiene arzobispos, ni hay directores ni jefes de dependencias gubernamentales, sino sacerdotes. Y así sucesivamente, y todos al referirse al payaso se refieren con devoción, así como los seguidores de Charles Manson. Da escalofrío.

En ese sentido los diferentes poderes e instituciones del Estado están realmente en las manos del todopoderoso señor supremo, pues no entra a funcionar el mecanismo de pesos y contrapesos para que refrenen al calenturiento redentor, no hay iniciativa ministerial, liderazgo, visión, innovación, nada de nada, y por ende el señor de los anillos, el ojo que lo ve todo, es un absolutista sin el cual no se mueven las hojas de los árboles.

La política no es cosa para principiantes, no lo es para legos incultos e ignorantes. La política, como herramienta para el buen gobierno o la administración, requiere de esas cosas que de oírlas tantas veces ya ni les ponemos interés, pero son cardinales, como la visión, misión, pilares morales, hasta de un slogan aunque pareciera superficial pero es la estrella polar de una administración cuando es bien elaborado.

La política requiere saber administrar, y eso es organizar, dirigir, supervisar, corregir, y para todo ello es imposible hacerlo solo, se requiere de gente de primer nivel, muchas veces superiores al mismo líder.

La política requiere ideas claras para todo el que hacer de una organización y ya no se diga para el Estado: derechos sociales (trabajo, vivienda, salud, cultura, educación), economía, relaciones con los empresarios, con los países, etc.

El populista no sabe nada de eso, pues es el sol alrededor del cual giran los demás planetas. Es un ser absoluto.