Por vez primera en décadas, los estadounidenses acudieron a votar el pasado 6 de noviembre, en lo que pudo ser un plebiscito. Esta vez para elegir gobernadores, la totalidad de los representantes de la Cámara Baja, y los senadores elegibles por vencimiento de período o por necesidad de llenar el cargo vacante por cualquier motivo. De igual forma, en algunos estados se aprovechaba la oportunidad para que el pueblo, el electorado, votara sobre algunas reformas constitucionales estatales o cualquier otro motivo previsto de necesaria aprobación popular. Es la democracia representativa, lo demás, lo contrario, es chavismo, castrismo, putinismo, saudismo o cualquier definición de totalitarismo abierto o simulado; es decir, cuando el destino de una nación no recae en la decisión de su pueblo sino en la del dictador de turno, el partido, la fe religiosa, el predominio étnico o el crimen internacional organizado.

El resultado es digno de reflexión y análisis, porque diagrama el comportamiento, lo que es y piensa, el país más poderoso del mundo en términos económicos, militares, culturales y científicos; lo cual nos atañe a todos, particularmente a esta parte del continente, aunque observamos que para la misma Europa occidental, es determinante en el diseño de su política comercial y militar. A ellos se les replantean alianzas diferentes a las actuales, que los puede conducir al siglo XIX, inicios del XX o, lanzarlos a un futuro promisorio repensado y actuado (con excepción a España, que ha puesto su mira en el Medioevo).

Esa es la realidad geopolítica actual; lo observamos en el protagonismo de la nueva China Popular o la presencia de una Rusia con pretensiones imperiales en manos de Vladimir Putin; claro, todo ello está por verse, pero está en ejecución. Por lo pronto ya China se encuentra presente comercial y financieramente de una manera importante en Centro y Suramérica a través de alianzas comerciales, préstamos, explotaciones mineras, agrícolas y factorías locales. Rusia, como la antigua Unión Soviética regresa a Cuba, se instala en Venezuela y Nicaragua, vende armas, concede préstamos comerciales y estatales, explora y explota minerales y establece alianzas políticas. Pareciere que la reestructuración de polos geopolíticos se traslada de lo ideológico (Este y Oeste) a polos de intereses o poderes sustentados en modelos de gobierno, independientemente que sean democráticos o no. Esto es, en las decisiones nacionales recaídas fundamentalmente en el líder convertido en autócrata o déspota, civil, militar o monárquico, no sometido a elecciones populares ni al oportuno principio de la alternabilidad o, si las hubiere, dirigidas y manipuladas, con aceptación internacional. Es una especie de “Destino Manifiesto” personal. Lo observamos en esa curiosa alianza o simpatía entre los gobiernos de Rusia, Turquía, Venezuela, China, Siria, Irán, Cuba, Nicaragua, Bolivia y hasta en el mismo El Salvador.

Cada uno de los movimientos de “los Grandes” repercute en la humanidad, directa o indirectamente. Una simple variación en el porcentaje de un arancel, por ejemplo, puede crear una crisis que hace venir abajo las acciones de las Bolsas de los principales ejes del poder económico mundial. De allí que estas elecciones intermedias en los EE.UU. despertaran tal magnitud de expectativas, desde los ecologistas hasta el productor de hojalata de algún rincón asiático. En verdad, se convirtió en un verdadero plebiscito sobre la gestión del presidente Trump y su “Hagamos grande a América otra vez”. Un mero slogan comercial o político que satisfizo a todos: desde a los supremacistas blancos, hasta al pequeño granjero de un pueblo del Medio Oeste que asiste al oficio religioso todos los domingos.

Lo cierto es que fue un extraño plebiscito. Si Florida fuere un termómetro que combina lo urbano con lo rural, lo liberal con lo conservador, la generación millennial con la boomer, diríamos que representó el espectro nacional. Los supremacistas fueron derrotados, pero no tanto como para que la mayoría fuere otorgada a los contrarios. En realidad funcionó el sistema de contrapeso a nivel popular ante el peligro de la tentación autoritaria. La Cámara de representantes a los Demócratas y el Senado para los Republicanos, por muy poco, pero para ellos. Nadie por encima de la ley, nadie por debajo de ella.