Una de las reflexiones más crudas, sin anestesia, manejadas en el foro internacional organizado recientemente por la Fundación Salvadoreña para el Desarrollo Económico y Social (Fusades), es que los partidos están sumidos en una crisis no vista en la historia reciente de América Latina. Uno de los expositores, Kevin Casas Zamora, quien fue segundo vicepresidente de Costa Rica, decía que la crisis de los partidos políticos tradicionales, como consecuencia de la insatisfacción de las demandas de la población, no es algo novedoso, sino un problema recurrente con un discurso repetitivo y ya poco creíble de solución: hay que fortalecerlos. Finalmente, este politólogo invitado de Fusades tiró la toalla y dijo que no sabía qué podía sustituir a los partidos políticos.

Otro expositor fue más allá: aseguró que los partidos no tienen “chance” de recuperarse si no es con mayor transparencia.

En El Salvador, la crisis de la credibilidad de los partidos políticos no es nueva y la poca o nula desconfianza a los partidos está afianzada desde hace varios años. Parece que la desesperanza ha estado impregnada en la población sin que los líderes políticos lo adviertan.

La encuesta del Instituto de Opinión Pública de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA) detectó en 2015 que solo 5.1 % de la población tiene “mucha confianza” en los partidos y que un 9.1 % tiene “alguna confianza”. El resto, lamentablemente, el 54.2 % tiene “ninguna” confianza y el 31.6 % tiene “poca” confianza: un 87.9 % desconfía.

La historia reciente no era tan distinta. En 2010, la misma encuesta registraba que 5.9 % de la población tenía “mucha” confianza y un 10.8 %, alguna confianza. Un 83.3 % desconfiaba.

Diez años atrás, en 2000, la poca fe en las instituciones políticas estaba en similar posición: 5.7 % con mucha confianza, 10.8 % con alguna, un 50.5 % con ninguna y 33 % con poca: 83.5 % desconfiaba.

Hace 20 años, en 1995, las personas que “mucho” confiaban en los partidos era un muy similar 3.8 %, pero los que “algo” confiaban sí alcanzaban un 17.3 %, aquellos que no creían en los partidos sumaban 75.1 % (41.4 %, ninguna; 34.7 %, poca).

Durante la historia reciente, en El Salvador siempre las tres cuartas partes de los salvadoreños han sido incrédulos ante los partidos políticos.

El escenario desesperanzador para aquellos que todavía creen que la política es el arte de solucionar los problemas de la “polis” recibió un golpe más cuando Eduardo Núñez, otro analista invitado al foro de Fusades, recordó que el gran drama es que no están surgiendo nuevos proyectos políticos o nuevos partidos políticos y mencionaba como parte de la causa aquella cultura muy latinoamericana de buscar a los “salvadores” únicamente como fruto del trauma que sufrimos con las fases autoritarias de nuestra historia. “Seguimos extrañando y buscando salvadores”, decía.

Un joven de 17 años que en San Salvador fue asaltado en un microbús, a punta de pistola, no espera nada, nada, absolutamente nada, de los partidos políticos. Tampoco lo espera ni del Gobierno y tampoco cree en los caudillos. Su sueño, lamentablemente, no es cambiar el país, sino abandonarlo. Hace unos días entrevisté a un becario salvadoreño y también percibí que no quería regresar al país.

Los partidos y las instituciones que conforman deben hacer algo diferente para cambiar esta desconfianza enraizada en los salvadoreños. Los esfuerzos para combatir el delito, por ejemplo, no deben frenarse o desfigurarse por ningún motivo, ni electoral ni personales. Es crucial no perder la visión que todo delito debe ser investigado, juzgado y condenado. El Estado debe funcionar. Y los políticos deben mostrar, de una vez por todas, que su interés no es ganar la próxima elección.