En política, pocos defectos se pagan tan caro como la incapacidad para medir los tiempos políticos. Particularmente en medio de una campaña electoral, la apreciación de cuándo es el momento más oportuno para lanzar un mensaje clave o impulsar una propuesta legislativa —o dar, por ejemplo, una postura concreta en materias de naturaleza polémica— es no solo muy importante, sino crucial. Son abundantes los ejemplos de candidatos en la historia que fueron perdiendo sus ventajas electorales, hasta desembocar en clamorosas derrotas, precisamente por haber medido mal el impacto que determinadas ideas o iniciativas podía tener en los votantes.

Hillary Clinton, para no irnos lejos, fue la culpable de desbaratar su propia campaña en virtud de numerosos desaciertos, pero sin duda un aspecto que le hizo perder simpatías a granel fue su turbadora insistencia en enviar mensajes erróneos, en momentos inoportunos, al público incorrecto y en los temas más sensibles. Trump, por el contrario, con un soporte digital de “micronicho”, audaz e inédito, envió casi siempre los mensajes que mucha gente quería oír, en los temas que a esa audiencia específica le interesaban y en los tiempos que demostraron ser los más pertinentes. Fue populista, sin duda, pero fue altamente efectivo. ¿El resultado? La Clinton ha tenido que consolarse escribiendo unas memorias con sabor a disculpa, y el inquilino de la Casa Blanca se llama Donald J. Trump.

Las campañas políticas en El Salvador difieren bastante de las norteamericanas, es evidente, pero el principio básico de medir los tiempos es aplicable tanto aquí como allá. En todas partes se ganan y se pierden elecciones porque alguien comete el error garrafal de no ubicarse frente a los temas complejos con el nivel de sutileza adecuado y un sentido muy agudo de la oportunidad.

En cuestión de pocas semanas, con espectacular novatez política, el partido ARENA se ha metido varios balazos en el pie. Algunos de sus diputados, imagino que con buena intención, aceleraron la discusión de una ley de aguas que claramente iba a causar ruido. No calibraron la irresponsabilidad con que los adversarios políticos iban a actuar, desesperados por el destape de sus escándalos de corrupción. La consecuencia ha sido un despliegue de demagogia que ha hecho virtualmente imposible el abordaje integral del tema del agua, amén de esas marchas de “estudiantes” que ya estuvieron a punto de causar muertos.

Esta semana, otro grupo de diputados areneros —más bisoños y confundidos que sus colegas “hídricos”—, tienen la brillante idea de presentar una iniciativa de ley que pretende colocar en manos de una llamada “comisión interdisciplinaria” (conformada por representantes de cuatro entidades gubernamentales… ¿del actual oficialismo?) la elaboración del programa educativo que “formará” en materia de “afectividad y sexualidad responsable” a los usuarios del sistema educativo nacional, es decir, nuestros hijos.

Por hoy no me detendré en las varias críticas que cabe hacer al proyecto —que justamente por ser compacto y general es bastante peligroso—, sino en la absoluta inconveniencia de haberlo presentado en un momento tan ilógico, en materia tan delicada, con un respaldo “civil” tan dudoso y sembrando la inquietud alrededor de las opiniones personales del candidato de ARENA en estos temas.

He participado en varias campañas electorales, y si algo tengo claro es que existen asuntos sensibles en los que el silencio de un líder político, sea quien sea, no es percibido como neutral. El aborto, la patria potestad, el “matrimonio igualitario” y la educación sexual figuran entre esos asuntos. Supongo que el generalizado rechazo ante la iniciativa la enviará directamente a una gaveta, pero no quedará engavetada la duda sobre qué tanta participación tuvo Carlos Calleja en esta ocurrencia y, en todo caso, qué piensa él realmente sobre estas controversias.

Cuando la gente se indigna por algún motivo, el líder sale al paso con agilidad, mostrando que no solo ha entendido esa indignación sino que su postura es clara y empática. Pienso que el candidato de ARENA ha terminado manejando muy bien lo del agua; lamentablemente, su largo silencio en lo otro solo ha alimentado inquietudes.