La trayectoria victoriosa del senador Joe Biden, hasta alcanzar la presidencia de los Estados Unidos de América, es un ejemplo de tenacidad, paciencia y espíritu de lucha, digno de imitarse para las presentes y futuras generaciones de la humanidad, ya que, de no mediar esas cualidades, el hoy mandatario de la primera potencia mundial, se hubiera relegado a cumplir su tiempo en el servicio oficial y retirarse tranquila y calladamente a la intimidad de su hogar, para perderse en el anonimato. Nada de eso sucedió. Transcurrieron casi cuatro décadas, en las que el político tuvo siempre en mente y dentro de sus proyectos, alcanzar la primera magistratura de su pujante nación y ya en su edad respetable de setenta y ocho años, realiza con éxito triunfal su anhelo personal.

El alcanzar el poder presidencial a esa edad, constituye, a mi juicio, el primer paradigma que Biden rompe en forma convincente y aleccionadora. Conocemos como paradigmas ciertos esquemas o modelos, que generalmente son firmes y constantes en el tiempo, por tanto, son generalmente de carácter permanente. Uno de esos modelos es ver a las personas adultas mayores, solo como seres que deben estar tranquilos en sus tareas hogareñas, algo que la moderna psicología ha rechazado contundentemente y Biden es el mejor y mayor ejemplo de ello.

Otra cualidad extraordinaria del actual mandatario estadounidense, es su notoria serenidad, demostrada ante las situaciones convulsas y agresivas que sucedieron en el Capitolio, cuando los congresistas se dedicaban a certificar su triunfo electoral y el aún entonces presidente Donald Trump, con encendidos mensajes de odio y repudio, motivó e impulsó que turbas desenfrenadas, fanáticas y violentas asaltaran el histórico edificio, en un hecho que la nación no había vuelto a contemplar horrorizada desde los actos similares en 1841.

Miles de enardecidos simpatizantes de Trump se tomaron con fuerza inaudita y con gritos de rencor exacerbado, una a una las instalaciones del Congreso, poniendo en grave riesgo las vidas de los funcionarios y empleados, algunos de los cuales, tuvieron que buscar escondite hasta en sitios como baños y otros lugares menos recomendables.

Cuando las autoridades impusieron el orden, cinco de los manifestantes yacían muertos, cuyas causas se deben a la misma violencia de quienes ellos acompañaban en tales actos. Biden fue mesurado al condenar aquellos actos y dejó que fueran la Constitución y las leyes, quienes determinaran el camino a seguir respecto a la culpabilidad o complicidad de Trump en esa campaña violenta, difundida incluso en sus redes sociales que solía ocupar desde la oficina oval de la Casa Blanca.

Un presidente no puede ser juez y testigo en causas de naturaleza penal y debe apartarse prudentemente, para que sean los jueces, fiscales y jurados quienes analicen causas, motivaciones, etc. hasta llegar a la sentencia final, ya sea absolutoria o condenatoria.

 

Al tomar posesión de su cargo, Biden se miraba satisfecho de llevar como Vicepresidenta de la nación, a la señora Kamala Harris, con lo cual rompía con otros dos paradigmas: primero, contar con una mujer para tan elevado cargo de conducción federal y constituyendo históricamente a la señora Harris, como la primera representante del género femenino en llegar a tan elevada altura política y segundo paradigma roto, es que la Vicepresidenta no pertenece a la raza blanca, sino que es de origen asiático y jamaiquino. Retos democráticos que pasarán como nuevos paradigmas a la historia estadounidense.

Y podría seguir con otros cambios que marcan nuevos hitos en la Casa Blanca. Pero, por hoy, basta con esta sana conclusión: Biden nos está dando ejemplos vivos de serenidad, tenacidad, cordura, inteligencia y apertura. Cosas muy distintas a las que observamos en mandatarios de países del Istmo centroamericano y aún, muy cerquita de nuestro patio hogareño…