Y llegó, la hora cero finalmente llegó. Fue el pasado jueves 10 de enero en presencia de cuatro presidentes latinoamericanos: Miguel Díaz Canel de Cuba, Evo Morales de Bolivia, Daniel Ortega de Nicaragua y Salvador Sánchez Cerén de El Salvador, ah…y un extraño presidente de un extraño país, Anatoli Bivilov de Osetia del Sur (hay que buscarlo en Google, porque en el registro de la ONU no aparece). Rusia, China y Bielorrusia enviaron sus vicepresidentes, en tanto que el sinuoso México se hizo representar por el encargado de negocios “ad ínterin” acreditado en Caracas. Eso sí, muchos representantes de Partidos Comunistas africanos y la presidenta del PPT de Brasil. No vi a los representantes del Ejército de Liberación Nacional (ELN), tampoco a los de Hamas y Hezbollá, pero seguramente estaban, junto con los del Ejército Popular de Paraguay (EPP), solo que con pasaportes venezolanos expedidos por el G2 cubano, o uniformados de oficiales venezolanos, para no ser molestados, ni reconocidos.

Y la hora cero se concretó en la sede del Tribunal Superior de Justicia de Venezuela, cuando Nicolás Maduro se juramentó como presidente del período 2019-2025, no obstante haber sido declarado el 5 de enero por la legítima Asamblea Nacional imposibilitado para juramentarse como tal, por haberse desconocido la legalidad de su elección presidencial de mayo del 2018. Además, por haber sido desconocido ese proceso electoral por la Comunidad Europea, Estados Unidos, los 14 países del Grupo de Lima y la Organización de Estados Americanos (ese mismo día, la Organización aprobó por 19 votos a favor y seis en contra, desconocer la legitimidad presidencial de Maduro). Hubo un extraño caso, El Salvador, su presidente asistió a la investidura rechazada por la Comunidad Internacional, pero su país no votó en contra en la OEA, se abstuvo. Pero todo es posible en esta irrealidad postmoderna, en la cual los sexos se confunden y las feministas añoran el islamismo, pero no lo practican.

Y la hora cero había llegado, no solo porque Maduro se juramentó ante un presidente de la Corte Suprema oficial, que tiene en su currículo, dos investigaciones por asesinato, una en la Venezuela democrática y otra en los Estados Unidos; pero eso no es el caso. El caso es que cinco días antes, había tomado posesión la nueva directiva de la Asamblea Nacional, quién eligió como su Presidente al joven diputado de Voluntad Popular, al ingeniero Juan Gerardo Guaidó Márquez, quien en un coloquial discurso llamó dictador a Nicolás Maduro, hizo un recuento de los males del país y le advirtió que a partir del 10 de enero se le consideraría un usurpador el cargo que ejercía, por cuanto su pretendida elección presidencial había sido una farsa.

Las expectativas estallaron y multiplicaron, la esperanza retomó su lugar en el corazón de los venezolanos y se dio por descontado que la etapa de diálogos subterráneos, negociaciones y cohabitación con la dictadura tocaba su fin. También estallaron las interpretaciones jurídicas del alcance de su arrojo, si lo que existiría sería un vacío o una usurpación de poder (como, parodiando a Bolívar en su Manifiesto de Cartagena de 1812, sobre las Causas de la Pérdida de la Primera República, hubiésemos tenido filósofos por legisladores). Igual, si tal como ordena la actual Constitución venezolana, la ausencia permanente del Presidente de la República la asume el Presidente de la Asamblea Nacional o se conforma un Consejo Superior de Gobierno.

Y bien, en la hora cero se juramentó Maduro como nuevo presidente de Venezuela, y nadie asumió la presidencia ante ausencia absoluta del Presidente del Ejecutivo, por vacío o usurpación de poder.

Pero la hora Cero logró precipitar la firmeza internacional, en pleno los países democráticos del mundo desconocieron la investidura de Nicolás Maduro, y la OEA emitió una Resolución en el mismo tenor. Ahora queda lo que siempre ha estado: la ineludible rebelión nacional, acompañada de una Fuerza Multilateral de Liberación, para emprender la Segunda Independencia de Venezuela, ocupada, invadida como está, por el G2 cubano y los 20 mil combatientes castristas, por el Ejército de Liberación Nacional, Hamas, Hezbollah, Siria, Irán y el crimen internacional organizado que tiraniza Venezuela y desestabiliza la región.