La manipulación del “caso jesuitas” en favor de la izquierda, llega a extremos increíbles, con tal de satisfacer las bajas pasiones, que no se pueden sostener dentro de un ambiente de moralidad restauradora de la memoria histórica de nuestro país.

Hemos observado cómo sacerdotes de la poderosa y cuestionada (en diversas épocas) orden jesuita, sostienen que lo ocurrido en 1989 con los sacerdotes de la UCA, es un caso que merece llevar a militares del alto mando de aquel entonces a España, para ser juzgados (o dicho de otra manera, condenados) por un juez español, que no vivió la cruenta ofensiva que vivimos quienes acá nos encontrábamos.

Todos los salvadoreños tenemos conocimiento que quienes hoy gobiernan tienen un pasado comprometido con grandes crímenes y masacres, que nunca han sido declaradas de “lesa humanidad”. Algunos nos preguntamos por qué los asesinatos del ministro de la Presidencia, Dr. José Antonio Rodríguez Porth; del ministro de Educación, Herrera Rebollo; del fiscal general de la República, Dr. García Alvarado; del ministro de Relaciones Exteriores, Borgonovo Pohl; de la masacre de Quebrada Seca o de los embajadores de Israel, Liebes; o de Sudáfrica Garder Dunn, no tienen la misma importancia (o más) que el caso jesuitas.

El mismo dolor humano produjeron en las familias esos secuestros y asesinatos que el de los jesuitas, y sin embargo, aquellos sí admiten amnistía y prescripción y éstos no. Pero en el caso jesuitas los líderes nacionales de la compañía de la poderosa orden, -sacerdotes también- claman “justicia” (léase venganza) cuando su formación religiosa les dicta perdón, misericordia y alejarse de las bajas pasiones, arrastrando así, con ese ejemplo de conducta, todo lo bueno que sus palabras puedan predicar hacia el bien.

Para los efectos de buscar esa venganza, no han bastado 25 años. Y eso que no existía parentesco con las víctimas, solo una hermandad religiosa.

Esos sentimientos de piedad, de perdón, de bondad (amad a vuestros enemigos) era lo que me enseñaron como norma de vida. Por lo menos, así lo aprendí de mis mentores, quienes nos inculcaron el sentimiento cristiano de poner la otra mejilla, aunque en la práctica, cuando la ofensa es contra ellos, no dan el ejemplo predicado como doctrina.

Hoy 25 años después, siguen rumiando el insaciable deseo de ver encarcelados a quienes ellos suponen son culpables, debido a una teoría muy bien elaborada y sostenida de que el alto mando dio la orden, basado en la teoría de las escalas de mando de cualquier organización militar. En lo personal resiento el hecho de que se sostenga este irregular ataque a la justicia, pero sólo si me favorece. Muy diferente es, cuando la situación con los actores de la trama es al revés ya que en ese caso es diferente. No logro entender cómo se puede hablar de hacer justicia si un bando de la guerra, sí goza de amnistía y el otro no. ¿Cómo puede uno de los bandos olvidar que la amnistía para todos fue indispensable para finalizar la guerra y callar las armas, solo para revivirlas 25 años más tarde, cuando tienen todos los elementos a su favor?.

Para quienes ahora gobiernan, sí es beneficioso y favorable aplicar la amnistía, pero para el ejército, obviamente no. Indudablemente que quienes apelan por gestionar “la justicia” olvidan adrede las barbaridades cometidas por quienes destruyeron gran parte de la infraestructura del país.

La iglesia misma actualmente después de rasgarse las vestiduras, se encuentra ante la imposibilidad de parar la violencia, pero disimula su activa participación en la malhadada tregua por medio de un monseñor, o por las actividades contra la niñez cometidas por sacerdotes que nunca fueron juzgados ni castigados, porque –allí sí- se aplica y hacen valedera y efectiva la prescripción. Ahora me explico por qué la poderosa orden jesuita ha sido suspendida por dos diferentes Papas, reservándose las razones para sí. Lo siento mucho mis queridos mentores, pero la prédica debe acompañarse con el ejemplo.