Actualmente, muchos de nosotros nos encontramos en una esfera de vida, ya sea por lo que estamos viviendo en nuestro entorno o por ser empáticos y analizar clara, objetiva y detenidamente los hechos que otros no sólo han experimentado durante vastos años, sino también hasta el día de hoy; donde deseamos una coexistencia pacífica(dentro de los marcos internacionales) expedita de violencia e instrumentos físicos catalogados como potentes y sumamente riesgosos que atentan y niegan la vida, en toda la extensión de la palabra.

A raíz de la Segunda Guerra Mundial, ocurrida de 1939 a 1945, casi a mediados de este último año, en su finalización, se dio la fabricación del armas más grande de la historia. En ese lapso de tiempo, el armamento se producía y empleaba para dominar a la población; normalizando la tirantez y persecución, en donde el derecho a la vida era nulo. Este esencial derecho y el de la dignidad humana llegaron a un espinoso punto con el nacional-socialismo, a la obligación injusta de la esterilización de hombres y mujeres, por absurdos motivos de dar vida a seres humanos con algún padecimiento congénito y por falta de rendimiento al servicio político-militar-social. A los recién nacidos y personas mayores en ciertos estados físicos y emocionales, aplicaban la controvertida e inaceptable eutanasia. Además, porque no iban a “contribuir a la economía”. ¿Qué significa esto? ¡Es inhumano!

Se siguen evidenciando armas de guerra, militares, nucleares, aéreas y submarinas y por supuesto vehículos milicianos de combate, bombas atómicas codificadas para carreras y luchas armamentistas, misiles antibuques, granadas, por mencionar algunos. Muchos de estos blasones químicos son enterrados en bosques y escondidos en sitios estratégicos secretos. En varias ocasiones, se cargan barcos en el mar, para después hacerlos estallar. Por brindar una referencia, en la Isla de Bornholm, Dinamarca existen hasta 50,000 toneladas de “gas mostaza” utilizado incluso en la Primera Guerra Mundial(de 1914 a 1918), quien según el Doctor Edmund Maser, Toxicólogo de la Universidad de Kiel, Alemania contiene muchos componentes que conllevan a efectos mortales. El dilema no está únicamente en la composición de distintas municiones; sino en su aplicación ambiciosa y desmedida, para quebrantar la paz y poner en riesgo a tantos individuos.

Cabe indicar, que Corea del Norte con su sistema de economía planificada socialista tiene el cuarto Ejército más grande a nivel mundial. En 2005 hizo públicamente oficial la elaboración y posesión de armas nucleares, para “reforzar su poder”, y supuestamente protegerse de poderes extranjeros; así como alimentar cada vez más su propia competitividad. Dicha circunstancia, no se solventa a pesar que en la sede de la Organización de las Naciones Unidas, en Nueva York, Estados Unidos se impusieron las sanciones políticas y económicas respectivas. El mayor índice de entrenamiento militar se ejecuta por medio de sus representaciones diplomáticas en África y Medio Oriente (especialmente en Siria, que entre 2012 y 2017 arribaron 40 barcos con cargamento explosivo) y en 2018 la Organización antes mencionada, interceptó uno de los envíos.

Con base al Tratado de Comercio de Armas de las Naciones Unidas, en el artículo 7, el cual establece que la exportación y evaluación de armas convencionales y demás cimentadas en acuerdos internacionales, no está prohibida siempre que no menoscaben la paz, cometan violaciones graves humanitarias o infrinjan protocolos. Por ende, ni la guerra ni las armas más impetuosas en ningún momento representan la única solución a problemas resentidos de años o a los actuales.

Es urgente buscar el equilibrio, la conciliación (lleve el lapso que lleve) y limpiar de las agendas, la desvalorización de la vida; porque con tan sólo un ser humano que ya no esté en la Tierra, ya es bastante y nadie puede venir en sustitución de nadie. No veamos en cantidad, sino en valor humano y calidad.