Analizando serenamente las recientes elecciones en el país, la primera conclusión a la que arribo es que los resultados de las mismas no significan ni “un castigo” para el FMLN ni tampoco es una “segunda oportunidad” que se le otorga al partido ARENA, partiendo del hecho concreto que uno y otro instituto político seguirán teniendo actividad protagónica a nivel municipal y legislativo, con el respaldo fáctico de sus miles de correligionarios, seguidores y activistas.

Eso me hace evocar unas declaraciones del empresario Javier Simán, precandidato presidencial arenero, en el sentido de que debe prevalecer la unidad nacional en El Salvador, pues cuando hablamos o nos referimos a “izquierdas” y “derechas”, estamos creando etiquetas dañinas que no contribuyen a encontrar consensos armónicos, tan necesarios y vitales para el futuro de nuestra amada patria. Esa conclusión primigenia, lo expreso con plena convicción, es la que debemos mantener vigente en el devenir de los próximos años, si realmente queremos construir y recorrer el sendero de la unidad patria que nos haga encontrar, a largo y mediano plazo, soluciones positivas y propuestas de acción favorable para enfrentar y remediar los ingentes problemas en diversas áreas que, hoy por hoy, nos preocupan profundamente y nos restan confiabilidad en el extranjero.

Es innegable que la psiquis política se vea afectada por los reveses en las urnas, o por las ganancias registradas en las mismas. Pero eso es parte de un episodio que lo veremos repetir una y otra vez, mientras subsista en nuestra nación el sistema de elegir presidentes de la República, diputados y concejos municipales por medio de elecciones “de primer grado”, que muchas naciones europeas han superado tras largos años de experimentos eleccionarios, hasta contar con un sistema parlamentario que, aunque parezca increíble, no deja de causar, en ocasiones, resquemores y acusaciones de quienes resultan perdedores en su anhelo o aspiración de poder ocupar escaños legislativos, o ministerios del órgano ejecutivo. Esa es una faceta infaltable del carácter humano, pues a ninguna persona le agrada sentirse, aunque sea momentáneamente, excluida de un cargo o función.

La segunda conclusión que debo manifestar es que, a pesar de ciertos yerros, atrasos, dudas y confusiones infaltables, incluso unos ilícitos, el aún fresco proceso electoral, controlado de cerca por observadores nacionales y extranjeros, fue una verdadera lección de civismo salvadoreño, pues si bien no miramos aquellas muchedumbres, aquellas filas enormes de hace unos pocos años atrás, el tener votos con un porcentaje superior al 50 % de electores registrados en el padrón respectivo, es una señal favorable de que los llamados al “ausentismo” o de “anular votos”, no tuvieron el efecto catastrófico que sus impulsores posiblemente calcularon en forma malévola.

La ciudadanía, hombres y mujeres con aptitud de votar, se volcó, en cantidades suficientes, para escribir, una vez más, una página de honor cívico, valga la redundancia. A propósito, leía en mi cuenta electrónica un mensaje de uno de mis mejores alumnos de Filosofía Jurídica y también un excelente comunicador, Federico Zeledón, que decía: “En tiempos de mi madre, los salvadoreños salían a votar bajo el peligro de las balas; hoy, con mucha más razón, que estamos en paz, salgamos todos a ejercer el sufragio”, el cual consideré uno de los mejores para el momento, que me hizo evocar aquellas jornadas electorales durante los días aciagos de la guerra fratricida, misma que por 12 años sufrimos en el país y que hoy, sea como sea, sigue repercutiendo en algunos aspectos de la vida nacional.

Una tercera e hipotética conclusión, es que tanto los diputados, como los concejos edilicios, que obtuvieron esos cargos bajo la bandera de cualquier instituto político, les espera un mensaje contundente de la sociedad entera: queremos verlos trabajar por el bien común; queremos que tomen iniciativas sólidas y bien fundadas para solucionar aspectos como los de la economía, el favorecimiento de las inversiones, la oportunidad de crear empleos masivos para jóvenes de las zonas urbanas y rurales, sin olvidarnos de quienes viven en comunidades marginales; que logren mejorar la educación y salud públicas en calidad y cantidad comprobables; que se adopten modelos efectivos y eficaces para el combate y prevención de la delincuencia, y muchos otros aspectos.