Desde luego, no podemos resistir pasivos, cuando hemos de estar en pleno ejercicio. Cualquier ser humano ha de ser cautivo de la faena si quiere modificar algo. Otra de nuestras grandes operaciones colectivas es la reconstrucción de ese mundo, que ha de hermanarse entre sí, para poder sentar las bases de un futuro más optimista. Desde luego, hay que cambiar actitudes, transformar aquello que nos hiere, comenzando por relanzar la economía de un modo inclusivo y, a la vez, sostenible; comenzando por hacer la paz con nosotros mismos, para luego hacerla con la naturaleza que nos custodia. Puede que necesitemos el mayor y más rápido despliegue de vacunas que el mundo jamás haya visto, porque hay que pasar de la enfermedad a la salud, pero también precisamos despojarnos de los sistemas de ganancias insaciables, o de esas tendencias que siembran odio en cada paso que imprimen. Será bueno, por tanto, comenzar a activar una cultura de respeto recíproco, de abrazo permanente, que nos una y nos haga iguales en la lucha por vivir. Sin duda, nuestra mayor oportunidad es comprometernos con espíritu cooperante a estar siempre dispuesto en el auxilio a los demás. Por desgracia, nos suele fallar ese honesto espíritu solidario; pues, lo importante no radica en protegerse uno, sino en resguardar a los débiles.
Saben los gobiernos de todo el mundo que tienen la responsabilidad de proteger a sus poblaciones, pero no se puede derrotar a la covid-19, si cada país hace lo que le venga en gana, negando la prioridad a los trabajadores de la salud y a los que corren más riesgo, sí tampoco se protege los sistemas de salud o no se asegura un suministro suficiente y una distribución objetiva, ya que tan significativo como fomentar la confianza en la vacuna es socorrer antes a los más indefensos. Esta gran prueba inmaterial que tenemos por delante, si en verdad queremos derrotar la epidemia que nos está desquebrajando el mundo, requiere de nosotros una generosidad grande en nuestras actuaciones diarias. Hagamos, en consecuencia, bien los deberes. Ahondemos en el concepto de ciudadanía, que se apoya en la igualdad de derechos y obligaciones bajo cuya protección todos disfrutamos de la ética de la ecuanimidad, no discriminemos jamás, tampoco impulsemos la discordia; y, en todo caso, hagamos presente ese ánimo esperanzador de tolerancia y de consideración hacia toda vida, por muy opuesta que sea a nosotros. En la no aceptación de esta diversidad, precisamente, suele estar la respuesta a muchas de nuestras miserias humanas y contrariedades que nos rodean.
También sabemos que lo veraz, armoniza en cada cual y es lo que nos hace sentirnos bien, ese conjunto de valores, actitudes, tradiciones, comportamientos y estilos de vida cimentados en el compromiso con nosotros mismos y con los demás, mediante el respeto a toda vida, la promoción de los derechos humanos y las libertades fundamentales. Creo, por consiguiente, que nuestra gran tarea en común pendiente, pasa por hallarnos en ese enorme espacio moral, que significa también huir de las discusiones inútiles. Hay que volver a ese territorio sensato y natural, que suele generar el cultivo de la estética batalladora, cuando alguien defiende los derechos de los oprimidos y de los últimos. Nuestro gran paso será, justamente, el día en que hagamos realidad la familiaridad entre todos, contribuyendo así de modo decisivo a la obra de administrar la creación, haciendo las paces con nuestro entorno, corrigiendo los errores del pasado, combatiendo las injusticias de nuestro tiempo, para poder activar un futuro en el que se haya eliminado la desigualdad y alcanzado la igualdad de género.
Sea como fuere, no hay otro terreno más fraterno que logar el acuerdo conjunto, que conseguir una única economía global para servirnos, no para dominarnos, que alcanzar la aceptación y el desarme total del mundo. Nuestra propia existencia nos llama a la continuidad viviente, con la actividad del servicio continuo; puesto que la pasividad de la inmovilidad, por si misma, presagia la muerte.