“Mira Juan José, para nosotros Chávez es solo un charlatán, de esos que aparecen frecuentemente en la región. Mientras no represente un peligro para nuestra seguridad nacional, es un problema de ustedes”. Me sorprendió, hasta cierto punto me molestó, la frialdad de la sentencia que acababa de escuchar; no obstante, al reflexionar, asumí su impactante veracidad. Solo pude ripostarle con cierta prudencia: este no es un militar populista más, viene con un plan oculto, pero que ya comienza a evidenciarse. Ese diálogo informal con un alto personero del gobierno estadounidense fue por allá en el año 2001, en la ciudad de San Salvador.

Y llegó, llegó el momento en que sí, sí se convirtió el chavismo en un peligro para la seguridad de los Estados Unidos y del continente. Las predicciones, proyecciones temporales del curioso sistema de gobierno que se fue implantando, trascendió así mismo, a la intensión original, al autoritarismo local, y llegó hasta el mismo corazón de Asia, África, el Medio Oriente y Europa. Ni Fidel en su delirante apogeo, logró penetrar en la estructura de los gobiernos e instituciones democráticas de Inglaterra, España, Italia, Portugal, Argentina, Chile, Uruguay, Bolivia, Ecuador, Nicaragua, El Salvador, Honduras y gran parte del Caribe. Financió combustible para la calefacción en Nueva York y hasta un templo le construyó a una nueva iglesia donde se reúnen los jerarcas del Foro de Sao Paulo cuando visitan la ciudad; y candidatos presidenciales y diputados ante la Cámara de Representantes del Congreso de los Estados Unidos, manifiestan abiertamente su simpatía con un régimen iniciado por un Chávez, que llegó hasta a maldecir a Israel, en abierto desafío al mismísimo Creador “Bendeciré a quienes te bendigan, maldeciré a quienes te maldigan” Gen. 12.3, para arrojarse a la práctica de la palería satánica importada de Cuba.

La reacción del mundo libre ha sido tímida, prudente hasta la cobardía. Hasta ahora. Hasta que el Congreso de los Estados Unidos recibió aplaudiendo de pie, al presidente encargado de Venezuela, Juan Guaidó, para ser recibido al día siguiente por el presidente Donald Trump en la Casa Blanca, con los honores militares correspondientes a un Jefe de Estado. Gesto esperado que llegó cuando debió llegar; ahora, al finalizar su gira, se le otorga nuevamente al presidente Guaidó un definitivo y último voto de confianza para que guíe con sabiduría, independencia y carácter, el rescate de un país ocupado por las fuerzas del mal.

Ha contribuido, y hay que resaltarlo, el no habernos separado nunca de la formalidad de la legalidad, en ese peregrinar internacional para dar a conocer nuestra causa, y haya tenido eco nuestro clamor en la comunidad de naciones democráticas. El sostén de esa legitimidad y legalidad nos la dio la elección parlamentaria del 2015 acrecentada por las arbitrariedades del cartel del crimen organizado que detenta el poder fáctico.

El principio de la legalidad es vital para la aceptación de los actos gubernamentales en el mundo libre. Y hemos observado que, no obstante el respaldo total, y cabe la palabra total, obtenido por el presidente Bukele en su elección, y gestión gubernamental para redireccionar al El Salvador hacia el desarrollo integral y la participación del ciudadano en esa ruta, ha sufrido el traspié de una inapropiada decisión, más del pasado, que de su juventud comprometida con la inclusión y el futuro promisorio.

Es cierto que poderosas fuerzas tradicionales han conspirado contra el éxito del presidente Bukele, dado los resultados positivos obtenidos en lo internacional y nacional; entre ellos el combate al delito pandillero, a las maras dedicadas a la extorsión, el asesinato, la violación y el amedrentamiento; al punto que constituyen una fuerza armada de ocupación del país, ajena a la estructura del Estado. Fuerza maligna de ocupación que fue cortejada por importantes líderes políticos nacionales en procura de votos electorales, traicionando el imperio de la ley y a la población inerte ante el crimen organizado. Hacemos votos, para se supere este impasse, y la Asamblea Nacional, con gallardía y generosidad apruebe el crédito otorgado al Ejecutivo para el combate definitivo del crimen organizado, y la paz compartida abrace al país, ahora que la Sala Constitucional interpretó la Carta Magna.