Cuando un amigo le celebra el cumpleaños a su madrecita anciana o se toma fotografías con ellas y con mucho orgullo las publica, yo siento envidia de la sana y me alegro por ellos. A mí me hubiera gustado celebrar con mi madre sus años seniles, acariciarle su blanca cabellera, abrazarla, besarle la frente, cargarla, consentirla y verla a los ojos para decirle cuanto la amo.

La madrugada del 16 de noviembre de 1994, rodeada de mi padre, sus hijos, sus hermanos, sus nietos y mis abuelos, partió al cielo mi madre Elena Sánchez de Marinero, cuando apenas tenía 49 años de edad. Falleció reconfortada con Dios y con la conciencia en paz. Antes de agravarse siempre nos dijo a sus hijos que cuidáramos a nuestro papá y que viviéramos como una familia unida en las buenas y en las malas. Cuidamos a nuestro padre, hasta que 12 años después él se fue al cielo a acompañarla. Hemos tratado de seguir sus consejos, pero sobretodo ser como ella era. Una mujer bondadosa con el alma linda llena de bendiciones.

Hoy, a 27 años de su partida, nuevamente me siento triste y lloro al recordarla y deseó que baje del cielo un rato para apoyarme en su regazo mientras cierro mis ojos y me siento valiente y protegido por ella, que fue y es mí heroína. Vivo reconfortado porque sé que mi mamá se ganó el cielo con sus obras, con la intensidad de su amor. Siendo seis sus hijos, alcanzó para amarnos profundamente a todos. Se desvivió por nosotros siendo una madre amorosa pero estricta a la hora de tratar de formarnos como buenas personas.

Ahora extraño sus castigos y consejos. Ese su carácter amoroso, pero firme para educarnos. Nos predicó con el ejemplo. No he conocido a persona más buena y noble que mi mamá, ningún vecino o persona que la conoció puede expresar algo negativo de ella. Las personas siempre encontraban en ella una ayuda o una buena orientación, cuando la necesitaban. Nuestra niñez y adolescencia no la vivimos rodeados de lujos o comodidades, pero en nuestro hogar siempre tuvimos lo necesario y mi madre siempre tuvo algo para ayudar a los demás. Nos inculcó el valor de compartir y especialmente el de servir a los demás, sin esperar nada a cambio.

La vi llorar alguna vez como cuando nació mi primer hijo y yo corrí a ella para abrazarla y besarla y decirle que era el hombre más feliz del universo porque era el padre del niño más bello de la existencia. O como cuando meses antes le manifesté que a mis 24 años había decidido casarme y formar un hogar. O como cuando en las clausuras del año escolar me premiaban como el mejor estudiante del grado. O como cuando me abrazó fuerte y sincera, con esos brazos que eran alas de Dios, porque yo me graduaba de la Universidad… Ella y mi padre estaban felices hasta las lágrimas por un triunfo mío, pero que en realidad era un triunfo de ellos.

Ella fue la que me enseñó a leer y quien junto a mi padre me inculcó el hábito de la lectura. Ella fue la que, contra mi voluntad de hijo varón mayor o adolescente rebelde, me mandaba a misa y hasta a confesarme. Ella fue la que cuando yo ya tenía mi hogar y la visitaba hacía lo imposible por prepararme la comida que me gustaba. Ella fue la que me iba a sacar de los billares y de los sitios donde nos juntábamos sanamente los muchachos de la época para jugar al póker. Ella fue la que ahorraba dinero para comprarme zapatos para que yo pudiera jugar fútbol los fines de semana. Ella fue la que cuidaba con mucho esmero a mis hermanos cuando se enfermaban, principalmente a Arturo, que era un niño asmático. Ella fue la que le corría los novios a mis hermanas y a los varones nos aconsejaba que no fuéramos por la vida engañando a mujeres. Ella fue la que alguna vez usó lo que tuviera a su alcance para castigarme por mi mal comportamiento. Ella fue la mujer que me cargó en sus brazos, me amamantó, me enseño a caminar y a hablar y se sentía orgullosa de mí en todo momento.

Mi madre, la mujer que lloró por mí y a la que le debo con eterna gratitud su sacrificio, su bendito amor. A 27 años de su partida al cielo, puedo gritar al mundo que tuve el privilegio divino de tener como madre a la mujer más linda y bondadosa del universo. Te amo mamá y te extraño todos los días de mi existencia.