Dagoberto Aguirre era un joven oriundo de Usulután, con estudios de filosofía en Brasil y fundador de un taller de fotografía en la Universidad de El Salvador (UES). Eloy Guevara, era un muchacho oriundo de Lolotique (San Miguel) que con entusiasmo y esmero llegó a trabajar para una agencia internacional de prensa. Ricardo Palacios era un joven capitalino luchador social y miembro de la Asociación de Estudiantes de Periodismo. Carlos Rosales, era un “cipote” originario de Santiago Nonualco (La Paz) que, más por necesidad que por vocación, se enlistó en el Ejército. Rafael Elizondo era un postadolescente que se iba a graduar de bachiller, originario de Mejicanos, que pretendía estudiar ingeniería civil.

Los tres primeros eran mis amigos y compañeros en el Departamento de Periodismo. El soldado era primo de un excompañero del colegio y el joven a punto de graduarse era hijo de la propietaria de un restaurante adonde a veces los universitarios acudíamos a comer. Los cinco murieron abatidos a balazos durante la ofensiva final “Hasta el Tope” que inició aquella fática tarde delsábado 11 de noviembre de 1989. Dagoberto murió combatiendo del lado de la guerrilla; Eloy falleció mientras tomaba fotografías por un balazo disparado por militares, Ricardo terminó sus días combatiendo al lado de la izquierda, Carlos terminó sus días abatido por un guerrillero; y Rafael acabó muerto por una bala de un fuego cruzado, mientras se refugiaba en su vivienda.

Quienes decidieron iniciarla estaban seguros que el pueblo se les uniría en masa y fallaron; quienes defendían el sistema pensaron en que era la oportunidad de acabar con los “revolucionarios” y fracasaron. Nadie ganó y al final quizá todos perdimos, excepto algunos que tras los Acuerdos de Paz sacaron ventajas. Los ganadores fueron los excomandantes de la guerrilla que embaucaron a miles de campesinos y jóvenes, pues rápidamente pasaron a disfrutar de las mieles del poder político y hasta se convirtieron en empresarios, pese a su férrea oposición al capitalismo (al libre mercado). También ganaron quienes ostentaban el poder político y los oficiales militares de alto rango de la época, ya que aprovecharon la ocasión para blindarse de impunidad, tomar control económico y democratizar su “poder”. Ambos sectores hasta se vendieron como los padres de la paz y bajo ese lema siguieron victimizando al pueblo. La ofensiva produjo la muerte de cientos o miles de personas de uno y otro bando. Algunos instrumentalizados y otros por convicción. Los que murieron y los sobrevivientes nunca imaginaron que la mayoría de aquellos comandantes que detestaban la “Coca Cola” por ser bebida imperialista, iban a ser asiduos consumidores de whisky y otros productos del imperio y turistas clase “A” de la tierra del “Tío Sam” y de la Europa que detestaban. Los familiares de los soldados que entregaron su vida y los que sobrevivieron jamás pensaron que iban a andar marcha tras marcha exigiendo una indemnización o un reconocimiento que al menos les permita un poco de dignidad (material).

Los Acuerdos de Paz, desde luego, permitieron acabar con doce años de guerra fratricida promovida por élites mundiales que ponían las armas y el dinero, mientras los salvadoreños poníamos los muertos, los lisiados, la angustia, la zozobra, el dolor y la pobreza. Aprendimos a odiarnos entre nosotros y nos provocamos heridas que hasta ahora no sanan del todo. Tal vez nunca sanen, mientras haya generaciones de afectados directa e indirectamente por un conflicto ingrato. Algunos se quedaron viviendo en el pasado y repiten de memoria y sin fundamentar las leyes de la dialéctica (es absurdo, pero proponen que todo cambia menos su forma de pensar). Otros siguen viendo atisbos de materialismo histórico y considerando al comunismo como una palabra negra y prohibida, a pesar de los grandes y constantes cambios en los sistemas socialistas. El mundo globalizado ya no permite aislamientos y formas de gobernar inquisidoras, dictatoriales o imperialistas, tarde o temprano estas formas cambian porque el mundo es una aldea global.

Como consecuencia del conflicto armado que dejó más de 70 mil muertos entre combatientes de ambos bandos y prioritariamente civiles, la ofensiva “Hasta el Tope” fue un quiebre doloroso que acabo con vidas valiosísimas (los padres jesuitas y tanto joven, por ejemplo), que generó unos Acuerdos de Paz que para mi gusto, debió haber contenido una cláusula para estarse evaluando (y modificándose si era necesario) cada cierto período. Dagoberto, Eloy, Ricardo, Carlos y Rafael son ahora solo cinco nombres desapercibidos para la sociedad, pero para sus familiares son cinco valiosas vidas que fenecieron hace 32 años, cuando vivimos una ofensiva que nunca debió ser, porque el conflicto armado ni las condiciones que lo generaron tampoco debieron existir.