Eduardo Restrepo, antropólogo colombiano especializado en estudios culturales y de afrodescendencia, cree que el relato de la Independencia en Centroamérica y Latinoamérica está sesgado. Asegura, sin titubear, que una parte esencial de la historia, desde las experiencias, desgarres y resistencia de la población indígena y negra en América, está oculta.

La forma en que se cuenta la independencia, afirma, “es un relato de individuos y de próceres, y no de un anclaje profundo. “Hay que deseurocentrar la experiencia de la independencia” porque, al ver un solo lado de la historia, “no podemos ver hacia el futuro”.

 

En medio de la celebración por los 200 años de la independencia de España, ¿qué parte de la historia de El Salvador, de Centroamérica también, nos hace falta reconocer?

El problema es que a El Salvador lo hemos visto siempre desde el relato de la blanquitud. El Salvador, como una excepcionalidad blanca, y ese relato obviamente tiene una historia, unos intereses y da ciertas prioridades.

Uno de los mitos de El Salvador es que este es un país sin negros, lo cual es falso. Se documentó la presencia de población de cimarrones (esclavos negros que escapaban para reasentarse y resistir) en diferentes lugares.

Yo diría, El Salvador no es un país donde la presencia negra sea igual a la de Brasil, pero tampoco podemos decir que no hay ninguna presencia negra. Uno de los presidentes de El Salvador en el acta de nacimiento de su hijo, decía que era un mulato. El hecho de que lo negro sea considerado como una cosa a ocultar, como un asunto que no nos gusta, todo eso también entra en juego en los relatos de la nación.

 

¿Por qué trata de ocultarse esta parte de la historia? ¿Qué tipo de intereses hay en juego?

Hay partes que no se quieren reconocer porque se asociaban con la falta de civilización, el atraso o poblaciones que no eran valoradas. En cambio, lo blanco y lo europeo siempre tuvieron una identificación positiva. Las élites trataron de desmarcarse de sus orígenes indígenas y africanos. En nuestros países, las élites se pensaban más europeas que los europeos, Hicieron más énfasis en esas herencias blancas, que las hay también─ no podemos decir que no somos eso─, pero también mucho de lo que somos en términos de prácticas, de sensibilidades, de corporalidades, es un asunto de improntas africanas. La manera en que los latinoamericanos experimentamos la música, por ejemplo, nuestros cuerpos, nuestros gustos gastronómicos, nuestras esteticidades, cómo nos movemos. Ahí hay muchos asuntos que no se pueden explicar simplemente con presencias europeas.

 

¿Cómo se explica entonces que existan más o menos personas afrodescendientes en algunas partes de Latinoamérica?

En Argentina o México hace 15 años ellos tampoco pensaban que tenían población afro. En México, el reconocimiento de la “tercera raíz” es algo muy reciente. Ese relato de que no había afros, o que la nación mexicana era un mestizaje de indígenas y de españoles, es un relato que se mantuvo hasta hace muy poco.

Hace unos 10 o 15 años se empezó a visibilizar las presencias afroamericanos, igual en Argentina. En Argentina el imaginario, que incluso reprodujo aún el presidente recientemente, es que los argentinos descendían de los barcos y eran eurodescendientes, y pues obviamente el número de población indígena de Argentina es igual al número de población indígena de Brasil; pero en el relato de Brasil los indígenas tienen un lugar visible, mientras que en Argentina se había borrado esa presencia; y también la de los afroargentinos. Yo creo que lo que habría son dos historias: una, en Brasil, la llegada de esclavizados se dio casi a finales del siglo XIX, porque uno de los últimos países en abolir la esclavitud; o, en el Caribe, el grueso de la población trabajadora de las plantaciones era esclavizada. Por lo tanto, hay dinámicas de población distintas, pero eso no quiere decir que no existan o no hayan existido estas presencias.



Fue hasta hace muy poco que El Salvador reconoce la presencia de personas indígenas en su Constitución, y ahora mismo hay una lucha para que se reconozca a las personas afrodescendientes. Hay críticas sobre si las personas son suficientemente negras para reclamar esta herencia, ¿usted cree que es válido?

Es muy importante que en todos los países, incluyendo El Salvador, se fomente la idea de que sus poblaciones son multiétnicas y pluriculturales. No hay ningún país del mundo que sea homogéneo culturalmente, y no tenemos que sentirnos mal porque nuestras herencias se vinculen con múltiples historias. Porque la historia de una nación pasa por la multiplicidad y la riqueza de sus herencias. Un país como El Salvador, que tenga herencias, improntas, marcaciones indígenas y afrodescendientes, lo enriquece antes que lo empobrece. Entonces, en ese proceso de identificación de lo indígena y de lo afro, las identidades de muchos salvadoreños van a empezar a ser vistas.

 

Si nos vamos al otro extremo, ¿cuáles son las implicaciones de la invisibilización de esta herencia?

Hay una charla de una literata africana, en la que ella nos plantea que existe el riesgo de las historias únicas. Nos plantea que cuando tenemos unas historias únicas dejamos de ver la complejidad y la heterogeneidad de lo que somos. Cuando solamente vemos un lado de la historia, lo que hacemos es desconocer muchos otros aspectos de lo que somos, y eso, en último, lo que llega a hacernos es empobrecer quién realmente somos. Al negar estas historias, nos vamos unidimensionando, aplanando en todo lo que podemos ser. Puede verse hasta en nuestra gastronomía es articulada de muchas maneras con las herencias americanas. ¿Cómo pensar la comida de El Salvador sin el maíz, sin las pupusas? Nosotros como naciones latinoamericanas somos hijos e hijas de Europa, pero también de múltiples culturas africanas, indígenas.

 

Si persiste aún esa visión eurocentrista y se oculta esta herencia africana y americana, y desconocemos esta riqueza cultural, ¿podríamos decir que tenemos 200 años de desconocer nuestra propia historia?

Creo que sí. Una parte de nuestra historia no la hemos reconocido. Y también, la parte que hemos reconocido la hemos reconocido desde una perspectiva europea. Si nos paramos en los zapatos de las poblaciones originarias o de los esclavizados y sus descendientes, estas historias son muy diferentes. Esto no quiere decir que la perspectiva europea no sea importante, lo que quiere decir es que es la narrativa dominante, pero cuando uno ve la creación de estas naciones y sus independencias desde lo que fueron los sectores subalternizados, que muchos de ellos fueron indígenas, la historia se enriquece y se complica. Europa, si se mira desde las contribuciones que le hicieron América y África, no sería Europa sin estos continentes. Europa, América y África hay que verlas como un sistema de múltiples interacciones.

El relato de la independencia tiene que ser de alguna manera deseurocentrado, es un relato muy de individuos y de próceres, y no de un anclaje profundo, de la mano de obra esclava, todo el proceso de opresión indígena, los procesos de cimarronaje, de fugas, de quiebres, de relación. Hay que deseurocentrar la experiencia de la independencia.

 

Cuando habla de deseurocentrar la historia de la independencia, ¿a qué se refiere? ¿la historia siempre se vio desde la perspectiva de personas que firmaron el acta por intereses, probablemente europeos?

La historia que nos cuentan siempre se refiere a un puñado de individuos que son, algunos mestizos, y que se imaginaban como blancos. Pero estas personas “blancas” que estaban aquí, por ejemplo en El Salvador, no estaban solas. Si tenían riquezas, capital intelectual y liderazgos políticos, era porque estaban usufructuando la fuerza de trabajo, el territorio y las riquezas de otras gentes. El hecho de que no estuvieran solos, quiere decir que sus culturas y su religiosidad, se atravesó con un montón de conocimientos. La gramática, incluso, se mezcló. Deseurocentrar es reconocer que la historia la hicieron también los descendientes africanos, los descendientes indígenas, en condiciones de sometimiento de esta clase, y en condiciones de resistencia y disidencia.

 

¿Cómo hacer este cambio? ¿Qué implica repensar la historia de la independencia?

Hay que dejar de creer que sabemos lo que la historia es. Implica ir a otras fuentes, tratar de trazar otras genealogías, otras historias de lo que somos como salvadoreños, como colombianos, como nicaragüenses. Hay que romper con esa idea plana y lineal de la independencia. Implica cuestionar. Hay una noción elitista de la historia, porque parecería que fueron ellos, personas casi todos hombres, y casi todos blancos, son quienes hicieron la historia, y no las gentes que habitaron estos territorios. No se trata de desconocer estos individuos, pero no se puede reconocer nuestra identidad desde ellos. Somos más que unos simples vástagos de Europa.
Una parte de nuestra historia no la hemos reconocido. Y también, la parte que hemos reconocido la hemos reconocido desde una perspectiva europea”.

¿Se puede hablar de tener una identidad propia a pesar del desconocimiento de estos procesos?

Sí. El relato de la nación, lo salvadoreño, lo que define en términos de las emocionalidades es una identidad propia. Lo es en relación de diferencia con otras identidades nacionales. Centroamérica también podría ser pensado como una gran identidad regional, pero dentro de Centroamérica existen historias y marcaciones con diferenciación, y como Latinoamericanos tenemos pasiones, sensibilidades y corporalidades, unos desgarres que nos definen como tal. Nosotros somos un lugar en el mapa que es una manera de estar en la historia, y esto tiene que ver con una serie de especificidades que implican identidad. Si alguna cosa es El Salvador, es las emociones que evoca en las subjetividades de los hijos y las hijas de este territorio.

 

¿Podemos siquiera hablar de una independencia a pesar que aún existen elementos de dominación extranjera?

La ruptura con España es un acontecimiento digno de celebrar, pero todavía faltan muchas independencias por luchar, dentro de la nación, y de la nación con respecto al mundo en general. La independencia hay que celebrarla como un acontecimiento que nos recuerda que todavía hay que luchar mucho: independencia de las mujeres con respecto a los hombres, independencia de una clase respecto a otra, de unas regiones con respecto a otras, por la acumulación de riqueza. Tenemos que celebrarlo como un proceso todavía inacabado, como un proceso por consolidar en muchos niveles. Y uno de esos niveles es una independencia como Europa, una idea idealizada de Europa, no nos deja ver lo que somos. La gran dificultad para ver y entender lo que somos, es que lo hacemos con los lentes de Europa, que nos hacen ver a nosotros mismos en negatividad.

 

A veces nos quedamos anclados en el pasado y en celebrar porque ya vivimos este proceso, en el caso de la independencia. ¿Cuál es el paso a seguir para los países entonces, al reconocer que aún faltan muchas independencias?

 

El colonialismo es una experiencia histórica que define nuestro presente. El colonialismo no quedó en el pasado, es un pasado que también define nuestro futuro. ¿Qué podemos hacer entonces? Sobre todo descentrar, colocar a un lado las historias que se han contado y tratar de entender nuestros mundos en otros términos, Porque la posibilidad de hacer futuro, depende de nuestro pasado y presente. Y una de las cosas urgentes es conocer quién somos, de dónde venimos, porque si estamos en una imagen de víctimas vaciadas no vamos a poder reproducir otras historias y narrativas. No vamos a poder hacer una verdadera historia si solo reconocemos los desgarres, y creemos que estamos victoriosos ahora. ¿Qué es la urgencia? tratar de ver lo que somos para ser. Tenemos que descolonizar la mirada, sentirnos y ver cosas que están en nuestras narices pero que nosotros no vemos porque son muy obvias. No hay que negar nuestras raíces.

 

El perfil


Eduardo Restrepo, antropólogo

Es un antropólogo de la ciudad de Antioquia en Medellín. Hizo su maestría y doctorado en antropología con énfasis en Estudios Culturales en la Universidad de Carolina del Norte-Chapel Hill, en 2009 y tiene un posgrado de antropología de la Universidad de Antioquia en 1996. Sus principales líneas de investigación son la antropología, los estudios culturales, las articulaciones de la diferencia y desigualdad, la afrodescendencia y las culturas digitales.