U na protesta contra las pensiones fue el detonante de un estallido social y político en Nicaragua hoy hace exactamente cinco años. Aquella protesta fue atacada brutalmente por paramilitares enviados por Daniel Ortega y Rosario Murillo, generando una ola de indignación nacional en demanda de democracia, libertades públicas y derechos humanos. Durante meses el régimen de Ortega se tambaleó hasta que desató la más brutal represión que dejó más de 300 manifestantes asesinados, una persecución brutal a todos los opositores que dura hasta hoy.

Gracias al apoyo del Ejército y la Policía, convertidos en herramientas de represión política de la dictadura nicaragüense, hoy Nicaragua es un estado totalitario sin libertades públicas, derechos humanos, sin partidos políticos opositores ni medios de comunicación independientes, ni siquiera existe libertad religiosa y la Iglesia Católica es perseguida y acosada por policías que actúan como posesos del demonio.

Daniel Ortega y Rosario Murillo han convertido a Nicaragua en una especie de Norcorea tropical donde la familia gobernante imnpone su voluntad, decide a quién arrestar, desterrar y hasta despojar arbitrariamente de su nacionalidad. De vez en cuando hablan de elecciones, como lo hicieron en 2021, pero es pura retórica ya que mandaron a la cárcel a todos los aspirantes presidenciales. Han encarcelado hasta un obispo católico, periodistas, jóvenes, ancianos, banqueros, campesinos, empresarios, obreros. A todo aquel que los critica y cuestiona.

La dictadura nicaragüense es una verdadera vergüenza en Centroamérica y no se debe callar ante ella, mucho menos ser cómplice de ese régimen oprobioso. Son el peor ejemplo contra la libertad, la democracia y los derechos humanos y hay que mantener toda la distancia de una dictadura como esa.