Hace poco más de un año que el primer juicio derivado de la anulación de la Ley de Amnistía por la Sala de lo Constitucional procesó el primer caso judicial de la guerra civil. El caso concluyó en un ejemplo dramático de justicia transicional, un término que se ha repetido mucho en el país pero que lamentablemente solo ha sucedido en el caso de don Armando Durán, un hombre que fue secuestrado durante 32 días por guerrilleros a finales de 1986 y que emprendió una lucha por encontrar la verdad, la justicia y en el camino halló la reparación y él perdonó.

Los crímenes de guerra ocurridos en el conflicto armado entre 1980 y 1992 dejaron docenas de miles de víctimas en ambas partes, así como en la población civil inocente. Don Armando era parte de esa población civil inocente. Cuando emprendió su búsqueda de verdad y justicia hace seis años, el perdón no estaba en su horizonte, pero fue el primero en aceptarlo al fundirse en un abrazo junto a su victimario, quien hace casi 35 años era uno de sus secuestradores.

El victimario pidió perdón, relató los hechos y se redimió también de sus delitos. Durán demostró que la justicia y el perdón son posibles sin venganza. El problema es que quienes se entregan a la venganza y se toman la justicia por su mano rara vez saben dónde está el límite y además no cura nada, solo profundiza el odio. Por el caso de Don Armando Durán es tan ejemplar para un país tan cargado de heridas y de cicatrices, tan hambriento de verdad y reconciliación.

Ahora que se han reabierto tantos casos del conflicto armado, el proceso de don Armando Durán vale la pena seguirse analizando, hacer todo el esfuerzo por encontrar verdad y reparación y allanar el camino a la tan soñada reconconciliación nacional.