La Copa Mundial de Fútbol inició ayer en Catar, una pequeña nación de Medio Oriente. El inicio del torneo, la fiesta más importante del mundo y que se celebra cada cuatro años, ha estado inmersa, como nunca, en enormes polémicas que van desde los derechos de los trabajadores migrantes hasta el establecimiento de severas normas de conducta consideradas como conservadoras por Occidente.

Lo cierto es que Catar es una nación musulmana, que se rige por la Sharia, y establece una estricta moral que prohíbe el alcohol, las muestras públicas de afecto, establece reglas de vestimenta y considera la homosexualidad un delito. Esas normas han chocado con la liberalidad de Occidente y especialmente con la conducta habitual que se observa en los estadios europeos o sudamericanos.

Catar tiene todo el derecho de establecer sus normas de conducta y, en todo caso, el error fue de la FIFA en escoger a este país como sede sin tomar en cuenta las inquietudes del resto del mundo al respecto. El otorgamiento de la sede ha sido, además, objeto de cuestionamientos y dudas de corrupción en la toma de decisiones de la FIFA.

Pero más allá de eso, la preocupación de los derechos de los trabajadores migrantes y otros temas de derechos humanos son temas clave. Ojalá que Catar sepa enderezar esos temas de cara al futuro porque sin duda seguirá jugando un papel importante en el mundo.

En tanto, los aficionados del fútbol disfrutarán los juegos, intentarán alejar la política y la polémica del encanto del deporte. Es un mes en el que el deporte sirve de escape a los grandes problemas mundiales y hace ilusionar al mundo alrededor de una pelota y la magia de sus protagonistas.