La eterna queja de la población salvadoreña ha sido la calidad de sus diputados. En nuestra historia reciente ha habido de todo. Desde aquel que disparó a una patrulla policial borracho hasta aquel que no sabía leer números de más de cinco cifras. Eran diputados que carecían de la más mínima formación académica o de un comportamiento moral inapropiado, lejos de ser ejemplar.

Por eso ha sorprendido que de cara a 2024 empiecen a aparecer personajes que se ofrecen a ser candidatos -y por lo tanto a ser diputados- de maneras muy particulares, nada serias, como si se tratara de un concurso de popularidad o de búsqueda de seguidores en redes sociales. Para un episodio de folclor nacional o una comedia bufa de nuestros tiempos, está bien, pero ¿cómo puede tomarse en serio una propuesta así?.

En otro caso, un partido político ofrece recibir postulaciones y curriculums por WhatsApp, como si estuviera recolectando hojas de vida para una selección empresarial. No se puede ver las diputaciones de esa manera, un partido no puede ser un departamento de Recursos Humanos, tampoco es serio y refleja una escasa visión sobre lo que debe ser un proceso de selección de candidaturas para la Asamblea Legislativa.

La Asamblea Legislativa tiene muchas deficiencias y tiene mucho que mejorar. Necesita mejores diputados -en todos los partidos- en cuanto a calidad académica, en compromiso moral con el país y en cuanto a la búsqueda de armonía para hacer de El Salvador una nación en paz, en democracia, donde haya igualdad de oportunidades para todos. Ser legislador no es un chiste, no es una canción, es un cargo que debe ser visto con la dignidad, la seriedad y el compromiso que necesita la sociedad salvadoreña.