La Iglesia Católica nicaragüense está sufriendo una ola de persecución inédita en Centroamérica, con arrestos de sacerdotes, el secuestro de un obispo, las expulsiones de religiosos, el cierre de labores católicas, el cierre masivo de medios de comunicación católicos, profanación de templos y el impedimento a los feligreses de acudir a sus celebraciones religiosas como misas y procesiones.

La dictadura de Daniel Ortega y Rosario Murillo ha llegado a niveles demenciales en terminar con las libertades públicas e individuales de los nicaragüenses. No quedan medios de comunicación independientes, no quedan partidos políticos opositores, la institucionalidad desapareció. No hay libertad de expresión, no hay libertad de prensa, no hay libertad de cultos, Ortega y Murllo han esclavizado a su pueblo al grado de convertir al país centroamericano en una especie de Corea del Norte tropical.

Las justificaciones para tal ola de ataques a la Iglesia Católica son tan absurdas que solo una mente trastornada podría haberlas inventado. Un obispo amado por sus feligreses es perseguido por “fomentar el odio”. En un país con una de las tradiciones religiosas más fuertes de la región, se les prohíbe una procesión por “razones de seguridad”.

Lo que también es cierto es que a los nicaragüenses los ha decepcionado el silencio casi cómplice del papa Francisco. El Vaticano ya sufrió la expulsión de su Nuncio Apostólico a inicios de este año, pero Francisco, declarado amigo del régimen cubano, parece no estar haciendo nada por defender a su iglesia en Nicaragua.

Es injustificable lo que sucede en Nicaragua, pero las condenas en organismos internacionales no bastan, es hora que haya pasos más fuertes para acabar con esa demencial tragedia.