Donald Trump asume este lunes 20 de enero un segundo periodo presidencial con rudas promesas de acabar con la migración ilegal y el inicio de arrestos y deportaciones masivos de migrantes el martes mismo, algo que ha hecho preocuparse a los salvadoreños y a todos los latinoamericanos en general.



La víspera de su investidura, Trump prometió actuar "con una rapidez y fuerza históricas" para "detener la invasión de fronteras" por migrantes, impulsar la producción petrolera y bloquear las "ideologías" de izquierda. Y su zar de la frontera había dicho el sábado que mañana martes iniciarán los arrestos y deportaciones.

La retórica incendiaria de Trump en este y muchos otros temas dominará los próximos cuatro años y en ese sentido queda tener una política exterior pragmática, aunque digna ante los Estados Unidos.

Durante la primera administración de Donald Trump (2017-2021), la relación entre El Salvador y Estados Unidos estuvo marcada por tensiones discursivas, desafíos migratorios y un pragmatismo político que definió los vínculos bilaterales. En un contexto de políticas restrictivas en materia migratoria y un enfoque más transaccional de la diplomacia estadounidense, la interacción entre ambos países osciló entre momentos de distanciamiento y cooperación estratégica.

Trump particularmente apoyó a El Salvador durante la pandemia con donaciones claves para aquellos momentos difíciles, sostuvo un amistoso encuentro con el presidente Bukele en 2019 y hubo un cierto alineamiento político en aquel momento. Sin embargo, Trump canceló el Estatus de Protección Temporal (TPS) para miles de salvadoreños y en algún momento se refirió con términos despectivos al país.



Desde una perspectiva económica, en el primer periodo de Trump, la relación bilateral se mantuvo fuerte gracias al comercio y las remesas. Estados Unidos siguió siendo el principal socio comercial de El Salvador. Eso sigue pasando en esta nueva etapa y por eso es vital sostener los pilares de una relación históricamente fuerte.

Evidentemente, se trata de una relación asimétrica que habrá que moldear según los intereses y dinámicas particulares de cada gobierno. Pero hoy, la relación política entre los dos gobernantes es más estrecha y eso puede facilitar la comunicación en problemas vitales y eventuales beneficios para El Salvador.