La convulsión política en Perú ha dominado los titulares de muchos medios internacionales desde inicidios de diciembre cuando el entonces presidente Pedro Castillo intentó replicar el autogolpe de Alberto Fujimori, disolviendo el congreso y llamando a una Constituyente.

Castillo, cuestionado por actos de corrupción, tomó la medida en su desesperación porque el parlamento buscaba destituirlo para investigarlo por esas irregularidades que implicaban a su familia. El Congreso peruano terminó desconociéndolo y nombrando a su vicepresidenta, Dina Boluarte, como su sucesora, pero lejos de solucionar la crisis, la situación se ha agravado y se han desencadenado semanas de protestas con decenas de muertos.

Boluarte, sumamente debilitada, ha llamado al Congreso a un acuerdo político para adelantar las elecciones -uno de los reclamos de los manifestantes- pero la desprestigiada clase política parece resistirse a hacerlo.

Y es precisamente eso el problema. La falta de credibilidad y el desgaste de la clase política peruana están llevando a un país bastante próspero a una crisis política extrema donde seis presidentes han gobernado en los últimos siete años. La extrema izquierda -alentada por el boliviano Evo Morales- parece alentar el caos y los partidos tradicionales están alejados de un acuerdo político o un diálogo que resuelva la delicada situación que viven.

Esperemos que prevalezca la sensatez en Perú, mucho tiene que ceder la clase política y encontrar el camino del entendimiento, el diálogo y lograr así la estabilidad que han perdido y que les puede traer graves consecuencias en lo económico.