El Partido Comunista cubano renovó el mandato esta semana del presidente Miguel Díaz-Canel, sin sorpresas, sin oposición, sin disidencias y con el voto de los 462 diputados de ese partido, el único legalmente autorizado en la isla. En otras palabras, fue un acto meramente administrativo avalado por el dictador jubilado, Raúl Castro, hermano del desaparecido Fidel Castro.

En Cuba no ha habido elecciones libres desde 1959, más de seis décadas sin permitir partidos políticos opositores ni candidatos que no sean del Partido Comunista. De manera que el gobernante impuesto por la familia Castro seguirá ahí porque así lo ha decidido la cúpula y el que se oponga solo tiene dos caminos: la cárcel o el exilio.

Por décadas, Cuba fue el ideal romántico de los izquierdistas latinoamericanos y todavía lo es para aquellos de pensamiento antidemocrático y anacrónico como el FMLN, que también respalda a la dictadura de Nicolás Maduro y Daniel Ortega.

Pero Cuba es una colección de fracasos y mentiras. Es un país donde no existe la más mínima libertad y los derechos humanos se violan a antojo del gobierno. Cuba se encuentra en un agujero negro de la historia, un terrible ejemplo del totalitarismo, de haber convertido a una isla en una prisión del pensamiento y de la expresión, donde además se carece de los más mínimos bienes. La excusa para ello es “el bloqueo” estadounidense, pero lo cierto es que el Partido Comunista ha ido de fracaso en fracaso en la gestión económica y gubernamental.

Mientras tanto, los cubanos siguen huyendo por mniles de la isla, los que quedan siguen pasando escasez de alimentos, una voraz crisis energética y los abusos de las fuerzas de seguridad castrista si protestan.