Lo que se ha visto en las calles de Cuba en los últimos días es esperanzador, admirable. El despertar de la conciencia de un pueblo que lleva más de seis décadas soportando una dictadura comunista oprobiosa y cruel que ya no tiene nada más que ofrecerles.

Desde las protestas de julio de 2021, quedó claro que los cubanos han perdido el miedo. Ya no los intimida la brutal represión, las largas condenas de cárcel, los paramilitares que utilizan como fuerza de choque. La gente sale a las calles y grita con fuerza “¡Libertad!”, producto del hartazgo de un régimen incapaz, inepto y corrupto.

Los cubanos están en la calle exigiendo libertad y el fin de una dictadura que les ha privado de todas sus libertades y derechos, pero que también los ha hundido en la más absoluta miseria bajo el pretexto del “bloqueo” estadounidense. Pero, por absurdo e irónico que parezca, tras el huracán Ian, el régimen de Miguel DíazCanel corrió a pedir ayuda humanitaria a los enemigos estadounidenses y no a los amigos rusos o chinos que suelen elogiar en su retórica.

La revolución cubana está muerta, ya es una colección de líderes seniles casi momificados en su pensamiento y en sus actuaciones, y cuya única receta es más represión. Los dirigentes cubanos son incapaces de escuchar las necesidades de su pueblo y solo se empeñan en continuar en el poder a toda costa, imponiéndose con la fuerza militar y la brutalidad de las bandas paramilitares que han alimentado por décadas.

Tarde o temprano, el potente grito de “¡Libertad!” que hoy claman los cubanos llegará a concretarse en realidad y veremos el resurgir de una isla convertida en una cárcel comunista.