En medio de la oscura noche que vive Nicaragua, el obispo Álvarez se convirtió en una voz en el desierto, denunciando todas las injusticias y la represión demencial de la dictadura de Daniel Ortega y Rosario Murillo. Sufrió acoso, persecución, asedio y por último, fue encerrado en su casa cural por dos semanas impidiéndosele celebrar misa. Al final, en un violento asalto policial fue secuestrado junto a otros sacerdotes, seminaristas y laicos en agosto pasado y desde entonces no se conocía su paradero.
Hasta que esta semana fue acusado en un tribunal de Managua por “conspiración” y “menoscabo de la soberanía nacional”, dos delitos inventados por la dictadura contra todas las voces opositoras que se levantan para denunciar sus desmanes. El obispo apareció con su rostro sereno, digno, visiblemente más delgado pero firme.
El obispo Álvarez es el símbolo extremo de la persecución de la oprobiosa dictadura nicaragüense contra la Iglesia Católica y contra todos los que sueñan recuperar la democracia y las libertades en Nicaragua. Álvarez merece todo el apoyo moral de la iglesia universal, empezando por el propio papa Francisco que ha guardado un silencio vergonzoso en el caso nicaragüense. La dictadura de Ortega merece el repudio de todas las personas de bien que deben apoyar un pronto cambio en Nicaragua.