La “renta”, un término que apareció en El Salvador en las últimas dos décadas y que era un término para referirse al monto de extorsión que imponían las pandillas a empresas y comerciantes de todos los niveles, así como a ciudadanos de zonas donde controlaban, está casi desapareciendo, según los testimonios recabados por Diario El Mundo.

La renta era una pesadilla. Los pandilleros exigían un monto de dinero a grandes empresas -célebre es el caso de una embotelladora que tuvo que cerrar operaciones unos días ante las exigencias de los delincuentes- para poder distribuir sus productos en zonas donde ellos dominaban. Pero también pagaban renta las ventas de repuestos, las tiendas de colonia, los vendedores de minutos y hasta los vendedores de pequeños puestos de frutas.

No pagar la renta significaba ser asesinado y se convirtió en una industria criminal que sostenía las finanzas de las pandillas y mantenía económicamente a los delincuentes. Así vimos a jefes de pandillas viviendo en residenciales de clase media alta y conduciendo lujosos carros que ni ejecutivos de alto nivel podían pagar. La criminalidad pues se convirtió en un negocio lucrativo por las extorsiones.

Así también estas bandas establecieron negocios de fachada, desde transporte público hasta barras show, donde lavaban el dinero y daban apariencia de legitimidad. Muchas de esas empresas criminales han sido golpeadas ya por las autoridades, pero seguramente aún falta mucho por hacer.

Acabar con las extorsiones debe ser una meta no solo del Gobierno, sino de toda la sociedad que debe seguir denunciando este crimen execrable hasta exterminarlo. La renta es una práctica que debe terminar y la sola palabra no debe ser borrada de nuestra historia.