Y en este camino, el bar se ha convertido en un hogar lejos de casa para jóvenes tatuados que beben cerveza, lían cigarrillos y se enfrascan en conversaciones en su lengua materna.
"Este bar nunca quiso ser un bar ambulante (...). Era solo para mantener a nuestra comunidad unida", dice su copropietario Gleb Kovalev, con una desaliñada barba negra y el cuerpo tatuado de la cabeza a los pies.
"Cuando las cosas se volvieron mucho más políticas, tuvimos que mudarnos y seguir juntos", dice a la AFP este hombre hiperactivo de 31 años, mientras come una salchica y bebe whisky con cola.
El régimen bielorruso desplegó una brutal represión contra las históricas protestas de la oposición en 2020. Y, en febrero de 2022, sirvió de plataforma para la invasión rusa de Ucrania.
Estos eventos han llevado a miles de bielorrusos y ucranianos a buscar refugio en la vecina Polonia, crítica furibunda tanto del Kremlin como de sus aliados en Minsk.
Muchos de estos recién llegados terminan en el Karma, bar que nació en Bielorrusia en 2017.
Kovalev, que habla siete idiomas, está sentado en un improvisado salón en el pavimento detrás del bar. Hay un par de armarios, una alfombra desgastada y macetas con plantas.
Es un día laborable y la noche todavía es joven, pero una docena de bielorrusos disfrutan ya de unas bebidas, con sus risas confundiéndose con el tráfico de arriba.
"Yo he estado en cada bar Karma", dice Anton Lutsevich, un artista en 3D del municipio de Bobruisk (centro de Bielorrusia). A su alrededor distingue caras familiares del Karma original.
"Muchos de ellos están ahora aquí, muchos estaban en Kiev (...). El Karma es como una comedia de situación. Vienes aquí y ves a los mismos personajes", dice el espigado joven de 23 años a AFP.
Su amigo escapó una vez de la policía antidisturbios a través de un cementerio en Minsk.
"Tu patria no es un lugar, es la gente de tu país", dice Andrey Makarevich, un ingeniero de 27 años de la ciudad nororiental de Vitebsk. "Aquí siento que estoy en casa", agrega.
Adhesivos que muestran, entre otros, al presidente de Bielorrusia, Alexander Lukashenko, con la nariz de Pinocho y a un oficial antidisturbios de OMON en llamas son visibles en la ventana delantera del bar Karma. Foto AFP
Redada policial
El Karma abrió a finales de 2017 en la capital bielorrusa como un bar artístico con música y tatuajes gratuitos cada lunes. Un lugar para "hacer fiestas" como dice Kovalev.Entonces llegó el 9 de agosto de 2020, cuando el veterano dirigente Alexander Lukashenko aplastó las protestas contra las denuncias de fraude en su elección para un sexto mandato.
"Fue la noche que lo cambió todo en nuestras vidas (...) Mi bar fue asaltado por policía antidisturbios", dice Kovalev.
"Estaba dentro escondiendo a gente y vi a la policía fuera de control, destrozando caras", añade.
"Estuve a dos metros de ser detenido. Así que sí, decidí marchar".
El segundo Karma se abrió el año pasado en Kiev, antes de que la invasión rusa lo obligara a hacer maletas de nuevo.
La versión del Karma en Varsovia está en marcha desde junio, atrayendo principalmente a bielorrusos, pero también a ucranianos, opositores rusos, otros extranjeros y ocasionalmente polacos.
"Es bastante un bar de migrantes (...) Acogemos a todos quienes comparten nuestros valores", dice Kovalev. "Arte, música, tatuajes, un cierto grado de democracia y libertad que no teníamos en los sitios de donde escapamos y también paz", enumera.
Para Alex Chekonov, un cliente habitual, el Karma es un refugio donde "todos te ayudarán". "Es siempre feliz, siempre alegre", dice el informático de 32 años.
Un DJ toca dentro de The Karma Bar en Varsovia, Polonia. Foto AFP
"Ruleta rusa"
Aunque jóvenes y jubilosos, muchos clientes arrastran un pasado traumático.
"No voy a volver porque tengo miedo", asegura Veronika Lindorenko, consultora de 32 años, que participó de las protestas bielorrusas.
"Hay un alto riesgo de que me encarcelen, porque estuve bastante activa y es como la ruleta rusa. Nunca sabes", dice, haciendo con la mano el gesto de dispararse en la sien.
La mujer ya pasó diez días detenida tras una discusión con la policía mientras apoyaba a unos huelguistas en un tribunal.
"No quiero recordar todo esto porque es bastante doloroso", asegura.
Lindorenko huyó a Ucrania cuando supo que las autoridades querían interrogarla. Después tuvo que empezar otra vez de cero en Polonia.
Su caso reafirma la teoría de Kovalev sobre ser inmigrante.
"Es muy difícil perder todo solo la primera vez. La segunda vez está bien. Y la tercera", dice.
"Va a ser incluso más fácil ahora porque hay mucha gente que ha perdido todo como yo. Solo tienes que unirte y recrearlo", asegura.