El término holocausto, en su aplicación original, servía para denominar cierta festividad religiosa del Antiguo Israel, que consistía en sacrificar y asar en hogueras, a muchos vacunos y corderos puros o vírgenes, en honor a su Dios supremo, tanto por los frutos que obtenían en sus cosechas y viñedos, como por los combates victoriosos sostenidos contra las tribus enemigas, que además significaban tener mayor cantidad de esclavos para las tareas más pesadas, como riquezas en joyas y telas, casi siempre producto de saqueos a palacios extraños, o pagados en forma de tributos por tener paz de nuevo y evitar más incursiones israelitas. En sentido figurado, se llama holocausto a ciertos actos de abnegación por amor simplemente, en sacrificio supremo por el ser amado, cuyas demostraciones sensibles las hemos presenciado en esta crisis pandémica, cuando padres y madres de familia, angustiados por la suerte de sus hijos sin pan ni medicinas, no sienten vergüenza alguna de clamar en calles y casas por una ayuda oportuna, con la cual llevar siquiera el mínimo sustento para los suyos. La cara oculta de la depreciada moneda de cobre de nuestras condiciones, que altos dignatarios no la mencionan en sus decretos, mucho menos en sus publicitadas campañas de reparto alimenticio.

Miles de años después de haberse acuñado el término religioso de holocausto en el pueblo judío, a principios del siglo recién pasado, surge un movimiento extremista en Alemania, liderado por un excabo del ejército durante la I Guerra Mundial, poseedor de una mentalidad astuta y una personalidad mesiánica, el austríaco Adolfo Hitler, quien fundó el Partido Nacionalsocialista, abreviado NAZI, quien con apoyo financiero de círculos industriales y de otros sectores, primero alcanza el poder parlamentario, siendo después nombrado canciller supremo por el gobierno del decrépito mariscal Hindenburg, desde cuyo cargo se convirtió en 1934 como amo y señor de toda Alemania, basándose en un ejército bien equipado y cuerpos policiales, quienes en una masacre nocturnal eliminaron a sus oponentes del mismo partido, en un triste episodio denominado históricamente como “La noche de los cuchillos largos” y se autoproclamó líder supremo del pueblo y Estado alemanes, convirtiendo su lema en grito de guerra, el cual proclamaba “Un pueblo, una Alemania, un dirigente”. Y para darle base sustantiva a su plan maquiavélico, comenzó una persecución sistemática, perversa y exterminadora contra los descendientes judíos alemanes, acusándolos de ser originadores e incitadores de todos los males sociales, políticos y económicos de su nación, abriendo muchos “campos de concentración” donde encerraban, sin juicio previo ni defensa posible, a millones de seres desprotegidos, que murieron en cámaras de gas o en zanjas insalubres. Ese drama pavoroso es lo que se denomina como el Holocausto nazi, de triste evocación histórica y mundial repudio por los siglos de los siglos.

Actualmente está vigente el debate político, económico y científico, a raíz de la pandemia en comento. Después de su aparecimiento “repentino” en la ciudad china de Wuhan (que casualmente cuenta con un laboratorio militar de armas bacteriológicas), con aval de la hoy criticada Organización Mundial de la Salud (OMS), se informó que se trataba de un virus nuevo denominado COVID 19, para el cual no existían antecedentes, ni medidas preventivas o curativas. Al producirse miles de víctimas en China y traspasar los mares hasta Europa, la alarma se encendió en el corazón de la humanidad y de muchos gobiernos, especialmente latinoamericanos que, sin acudir a directrices de epidemiólogos, salubristas, etc. per se y en forma empírica, adoptaron reglas de confinamiento, de contención y otras medidas irrazonables que ahora comienzan a ser analizadas y criticadas. Hay gobiernos, como los de Estados Unidos y Europa que, a pesar de los iniciales efectos devastadores del caso, comienzan a despertar de esa pesadilla, con medidas sanitarias racionales y reabriendo, paulatinamente, las actividades humanas, económicas e industriales. No es posible continuar alimentando el holocausto pandémico por ambiciones electoreras o por terror y mando estatales. Sigamos la hoja de ruta de esas naciones civilizadas, para retornar pronto a la existencia normal que Dios nos prodiga con amor…