Durante 15 años Susana Girón aguantó golpes en el rostro, los brazos, el abdomen y en todas las partes de su cuerpo. Tenía 13 años cuando decidió comenzar su vida al lado de Roberto Vásquez, que en ese entonces tenía 21. Había logrado conquistarla e ilusionarla con una mejor vida, como suele pasar en los amores de la adolescencia.

Pero muy poco duró la fantasía, porque lo único que hoy recuerda de esos años al lado del hombre -que más tarde se convirtió en su esposo- “son los golpes”.

“Él era adicto a las drogas, al alcohol, a todo”, dice Susana, quien le agradece a Dios porque Roberto ya falleció, aunque no fue la muerte la encargada de romper sus votos, sino “sus maltratos”, considera ella.

“Él se enojaba mucho y cuando se enojaba, que por todo se enojaba, me pegaba”, asegura. La vida con Roberto distaba mucho de ser un arcoiris de felicidad, era más bien una cadena de aflicción y dolor; un crucifijo de angustia y un rosario de desilusión, como es común al vivir con un adicto, pues él la golpeada “por todo y por nada”.

Al irritarse descargaba su furia con Susana, propinándole golpes “en todo el cuerpo, donde fuera y como pudiera”.

En esa curva constante procrearon dos hijas, quienes ahora patean los 25 y 32 años; hijas que también vivieron el maltrato y forjaron su carácter al interior de un barco inundado de gritos y golpes llamado hogar.

La agresividad de Roberto era tan grande, que había sembrado el miedo en Susana, quien no era capaz de defenderse cuando él la atacaba.

“Yo no le metía ni las manos, porque si yo le hacía un mate me daba más duro, yo le tenía miedo, me dejaba golpear porque si hacía algo me seguía dando más fuerte”, recuerda.

Susana asiste todas las semanas a La Factoría Ciudadana, donde es apoyada por profesionales. / Diego García


Salir de esa espiral le llevó 15 años. Fue en el 2000 cuando finalmente decidió dejarlo, tras ser motivada por un amigo, que posteriormente la dejó sola en el proceso.

“Era un amigo bien cercano que me dijo ‘yo te voy a ayudar y vamos a ver cómo hacemos’, entonces yo agarré valor porque ya había alguien que me decía ‘mirá, hacé eso’. Llegó el día que yo tomé la decisión, ‘hoy lo voy a dejar; hoy me voy, dije’, y así fue, un día agarré mis cosas y me fui”, explicó.

Agarró camino con su hija menor, porque la mayor decidió quedarse con su padre. Sabía que a la casa de su madre no podía volver, porque también sufrió maltrato familiar en su hogar. Su madre, asegura, siempre tuvo preferencias por su hermano menor, “él único varón” y desde “que él nació solo era el niño”.

Entonces buscó otro espacio donde poder vivir con su hija, pero el temor a su esposo nunca la abandonó.

“Me tenía que andar escondiendo de él; me perseguía y cada vez que me veía me pegaba, me llevaba con él y a pesar que yo me había separado, vivía lo mismo o peor, quizá, porque yo le tenía miedo, con solo que me volteara a ver yo temblaba del miedo”, señala.

Aunque su esposo ya falleció y ella ha podido encontrar a otra persona que es muy paciente, Susana está consciente que arrastra traumas del pasado. Unos tatuajes la llevaron a conocer La Factoría Ciudadana en 2019, un espacio donde ha sido bien atendida y ha comenzado tratamiento con un sicólogo, cada semana.

Ahora mira hacia atrás y señala que para ella “la vida ha sido dura”, agrega que para no llorar mejor se ríe.

 

Un cambio de vida

1.- Susana vive ahora con dos hijas, tras haber iniciado una relación con otra persona.

2.- En la factoría ciudadana ha encontrado apoyo para superar sus traumas.

 

 

¿Qué es la factoría ciudadana?



Es una Organización no Gubernamental que se enfoca en “la prevención terciaria a exprivados de libertad, migrantes retornados en el ciclo de violencia”.

Aseguran que buscan redirigir las vidas de hombres y mujeres que estuvieron involucrados en la violencia y convertirlos en agentes productivos.