No pintan nada fáciles las cosas para el presidente Andrés Manuel López Obrador para el resto de su mandato, menos aún ante una nueva presión estadounidense, esta vez desde un gobierno demócrata, para contener la migración latinoamericana, extracontinental y de su misma casa, México, hacia los Estados Unidos.

Los registros de migrantes detenidos por la patrulla fronteriza tratando de cruzar irregularmente a Estados Unidos se han disparado a cifras no vistas en las últimas dos décadas. Lo mismo ha sucedido con registros de migrantes detenidos en territorio mexicano.

Este es el marco de la reciente visita que el presidente mexicano ha realizado a Guatemala, Honduras, El Salvador y también a Cuba, cuya inclusión a la gira difícilmente podría entenderse fuera del contexto de la próxima Cumbre de las Américas y del hecho de que tan solo en marzo de este año han sido detenidos por las autoridades estadounidenses más de 32 mil migrantes cubanos, el doble que los detenidos en febrero.

Durante su visita, AMLO habló de reforzar programas como “Sembrando Futuro” e inyectar más fondos para los países centroamericanos, sin decir de dónde sacará esos recursos si no es exigiendo más dinero a Estados Unidos desde Mesoamérica a través de México como interlocutor común. Se ha obviado también en esta visita asumir como una causa más de la migración prácticas autoritarias en la región, como la persecución contra jueces y fiscales en represalia por su labor en contra de la corrupción e impunidad en Guatemala y llegar a El Salvador en medio de un régimen de excepción altamente cuestionado por violaciones a derechos humanos. Esto podría entenderse si Estados Unidos quisiese abordar aspectos migratorios espinosos sin hacerlo directamente con estos gobiernos, sino a través de México como intermediario.

En setiembre 2021, AMLO instó a atender de fondo las causas de la migración y aseguró que no quiere que su país se convierta en un “campamento de migrantes”. Sin embargo, México asumió el rol de “tercer país seguro” en ciudades altamente peligrosas como Tijuana y actualmente también concentra en su frontera sur a cientos de migrantes haitianos, venezolanos, cubanos y centroamericanos que han protagonizado caravanas desde Tapachula demandando libre tránsito por territorio mexicano. Estas concentraciones han sido repelidas militarmente por efectivos de la Guardia Nacional mexicana.

También en septiembre de 2021 fue recibida por altas autoridades mesoamericanas una propuesta solicitada a Naciones Unidas, y presentada por la CEPAL, para abordar las causas estructurales de la migración irregular con una perspectiva de desarrollo y de integración. Poco o nada se sabe sobre avances sobre esta propuesta, que, en primer lugar, parte de la premisa de que la migración no es un problema ni conlleva amenazas, sino que se trata de un bien común que podría contribuir a la disminución de la desigualdad y a la reducción de las asimetrías en un mundo globalizado.

Poco puede pedírsele con respecto a frenar la migración de sus ciudadanos a gobiernos de países que, en el caso de México, por ejemplo, reciben anualmente 50 millones de dólares en remesas que mexicanos en Estados Unidos envían a sus familias. Lejos de abordar causas de raíz, más bien ha existido por años y persiste una política no escrita de permisividad para que masas excluidas busquen opciones de vida en otros países y no el propio, evitando el colapso de las economías nacionales mediante la inyección de remesas y su consumo en adquisición de bienes y servicios. Un círculo vicioso del cual urge hablar con franqueza, sin intermediarios ni agendas ocultas.

La Cumbre de las Américas se celebrará en Los Ángeles en junio próximo. El presidente mexicano se ha opuesto a exclusiones anunciadas por el subsecretario asistente de Estado para el hemisferio occidental de Estados Unidos. En tono similar se han pronunciado ya vocerías de los países del CARICOM, que usualmente representan un voto unificado del 30% de los 35 países participantes.

Es de esperar que Estados Unidos mida pulso por una resolución continental a favor de Ucrania. Veremos si Argentina mantendría la posición sostenida contra la condena emitida por el Consejo de Seguridad de la ONU y si también lo haría el mismo México con su abstención.

Veremos también si se mantendrían silencios como el de El Salvador. Sin embargo, lo cierto es, sin desmeritar la gravedad de la invasión de Rusia a Ucrania, que América podría más bien enfocarse en abordar la complejidad de las migraciones que atraviesan a todo el continente, un tema ineludible y transversal si se quiere hablar de construir “un futuro sostenible, resiliente y equitativo”, como se titula la cumbre. Por ese rumbo, quizás, trascendería a decisiones más tangibles y de interés para nuestros pueblos una cumbre más, una de tantas que no han dejado particular huella desde su inauguración en 1994.