Recientemente conmemoramos el Día Internacional de la Mujer. Pero recurriendo a la historia patria, nos encontramos con un largo y oscuro período en el cual nuestras féminas sufrieron crueles e injustificadas discriminaciones, tanto sociales como familiares, que las confinaron a desempeñar exclusivamente labores domésticas, sin acceso a la educación elemental, mucho menos, a continuar una profesión universitaria, o de participar en las actividades políticas de nuestra recién fundada república.

Esta condición comenzó a remediarse poco a poco, cuando el senador y presidente de El Salvador, capitán general don Gerardo Barrios, hizo un viaje a varios países europeos y logró que de Francia llegaran las inolvidables Hermanas de la Caridad, tanto para atender a los huérfanos del Hospicio (cuyas estructuras ruinosas subsisten a inmediaciones de la Iglesia de El Calvario), como a los enfermos del Hospital General (hoy Rosales), en cuya entrada está, precisamente, un monumento dedicado a la memoria de aquellas caritativas religiosas católicas.

Cuando en 1824 se decretó la primera Constitución salvadoreña, siendo gobernante el prócer Juan Manuel Rodríguez, el derecho al voto en las elecciones era única y exclusivamente para adultos masculinos y esa irracional disposición subsistió, increíblemente, hasta que se decretó la Constitución de 1950, gracias a la lucha mediática en periódicos y radiodifusoras, que hizo entre varias mujeres, doña Rosa Amelia Guzmán, aunque, justo es mencionarlo, allá por los inicios del siglo XX, hubo féminas heroicas que, sin autorización oficial y soportando las burlas de los “caballeros” de aquella lejana época, se postularon, per se, como candidatas a la presidencia de la república.

Pero el camino ya estaba trazado y si bien, en el parnaso cuscatleco escribían varias exquisitas poetisas como Claudia Lars, Claribel Alegría, etc. ya no cabía ninguna duda de que la mujer salvadoreña, abnegada e inteligente, construía con firmeza y decisión, los cimientos de una nueva realidad para su fértil desempeño en el desarrollo y progreso nacional; ya para 1920 aproximadamente, las escuelas públicas y privadas recibían alumnas en sus aulas, mientras, paralelamente, los planteles educativos contaban desde antes, con personal docente femenino graduado en las Escuelas Normales de dicha época y que, infortunadamente, dejaron de funcionar un poco antes de que se iniciara la fatal guerra civil salvadoreña.

Aquí, moral y sentimentalmente, hago un paréntesis, para rendir memoria sincera a mis dos primeras esposas, ambas maestras, que hoy descansan en paz, mientras que mi actual cónyuge, es aún dinámica vendedora de un mercado capitalino. Ellas, a nivel personal, también forman parte de ese importante núcleo poblacional, que hoy mueve la maquinaria del progreso en diversas actividades y rubros, destacando incluso en el campo científico como la Dra. María Isabel Rodríguez y otras, abarcando las áreas educativas, mercantiles, empresariales, industriales, militares, etc. etc. Prácticamente, no hay siquiera una sola excepción, para decir que allí se excluye aún a la mujer.

Como profesional, he conocido a muchas colegas de prestigio y capacidad, incluyendo a las alumnas que tuvimos, desde 1992, en la recién fundada Academia Nacional de Seguridad Pública (ANSP), para servir después en la Policía Nacional Civil, donde ocupan puestos administrativos o de mando, por su capacidad y dedicación esmerada. De igual manera, he contado con la colaboración de muchas profesionales en diversas actividades y en los medios de comunicación, a todas las cuales, incluyo en mi saludo fraterno por ser el dínamo de un nuevo El Salvador, que me atrevo a vislumbrar más productivo, más seguro y más democrático.

Cierro mi columna, haciendo un feliz recuerdo de mi catedrática en la asignatura de “Psicología aplicada a la Educación”, que nos impartía en la Escuela Normal Alberto Masferrer, la maestra, optómetra y doctora en Psicología, Salvadora Tijerino Rizo, inolvidable e inteligente profesional nicaragüense, que hizo de nuestro país su segunda patria. Por ella aprendimos el aplicar e interpretar varias pruebas para medir el cociente intelectual, y utilizarlas, como recurso de las prácticas docentes, en algunos planteles capitalinos, así como varios testes de personalidad, sin faltar el ingrediente de los buenos consejos para orientar a los educandos. Era muy amable, siempre sonriente y de quien me gustaba escucharle la siguiente anécdota, de la época de ocupación estadounidense en Nicaragua: “Yo era una bicha, como dicen ustedes, y siempre me topaba con soldados gringos en las calles de Managua, quienes al observarme flaca y con ropas flojas, armaban una habladera entre sí, pero en inglés. Y como no entendía nada en ese idioma, y al ver que me señalaban, creía que estaban mencionando a mi madrecita, por lo que ya enojada les gritaba en español: Las suyas, por si acaso”. Y reía de su recuerdo infantil...