La seguridad del país no se mide únicamente por el número de capturas que realiza la Policía Nacional Civil, ni tampoco por el número de fallos condenatorios pronunciados por los tribunales de sentencia. Son aspectos importantes, pero no los suficientes para argumentar que a lo largo y ancho del territorio nacional, los salvadoreños gozamos de un ambiente de seguridad, cuando los medios publican, diariamente, múltiples ilícitos contemplados en el Código Penal y abundan las evidencias sobre la existencia y accionar de pandillas criminales, fuertemente armadas, inclusive hasta con fusiles de uso privativo del Ejército, que incluye la portación de ametralladoras, pistolas y granadas de alto poder letal.

Tampoco puede hablarse de seguridad pública cuando continúan las extorsiones a empresas y negocios, desaparecimientos personales que suman muchísimas víctimas, hallazgos de restos humanos en cementerios clandestinos, y, aunado a todo eso, denuncias de entidades respetables sobre otros ilícitos que lindan con el manoseo de fondos públicos, etc, etc.

Esta condición de zozobra, temor e inseguridad abarca tanto a núcleos urbanos como rurales. Es muy raro que un salvadoreño no haya sufrido un episodio de peligro para su vida y bienes. La acechanza criminal se percibe en cada parada de autobuses, en cada calle o colonia citadinas, en cualquier camino del área rural, inclusive en sitios de recreo o esparcimiento.

La desconfianza a toda persona desconocida, aflora de inmediato en la conciencia, aunque tal vez esa persona se nos acerca para pedir una dirección o una pequeña ayuda monetaria. Y ese tipo de sentimientos, aunque no lo deseamos tener, poco a poco siembra la cosecha de las neurosis, o de otras patologías psicológicas que, de no tratarse oportuna y debidamente, pueden llevarnos a la incapacidad laboral de forma continua o permanente. Y estoy refiriéndome a condiciones individuales, pero esta crisis de inseguridad existente, puede estallar a niveles sociales, de allí que los psicólogos, junto a los especialistas denominados criminólogos, han etiquetado estos niveles de inseguridad global como problemas sociopatológicos, porque afectan la estabilidad emocional de toda una sociedad en particular.

Y sin temor a equivocarme, aunque basado únicamente en informes oficiales y periodísticos, me atrevo a plantear que la sociedad civil salvadoreña está dentro, o muy cerca, de sufrir este impacto en la tranquilidad cotidiana, con sus repercusiones negativas en las demás actividades del quehacer humano. O sea, que además del aspecto en los índices policiales, judiciales, penitenciarios y de prensa, tarde o temprano, también podríamos enfrentar una condición delicada en la salud mental colectiva de nuestra ya angustiada sociedad, con sus secuelas de abandonos colectivos de comunidades, migraciones forzosas, etc.

Y hago mención de esas condiciones, no sólo porque quiero asustar con “el petate del muerto”, pero son detalles que estudiamos y analizamos cuando, en mi juventud, trabajé por algunos años como psicólogo de la Sección de Criminología, en la Dirección General de Centros Penales. Espero que Ricardo Sosa, un respetado criminólogo, quien escribe sus columnas en este importante medio, que recientemente arribó a sus 55 años fructíferos de vida noticiosa, veraz y objetiva, también se refiera a este mismo aspecto, de gran importancia nacional.

Realmente, el tema de la seguridad pública es muy complejo. Remediarlo al cien por ciento es una utopía, por supuesto. Pero reducirlo a su mínima expresión, es algo factible, si tratamos ese flagelo con medidas acertadas e inteligentes, no simplemente haciendo anuncios públicos ante los seguidores presidenciales del momento. Se requiere no sólo un numeroso equipo policial, sino una división especializada, que trabaje de la mano con la Fiscalía General de la República, misma que, a su vez, debe contar con especialistas versados en criminología, por ejemplo.

Recordemos que la diversidad delictiva conforma un tejido tenebroso, muchas veces tenuemente ramificado, que semejante a una neurona cerebral puede tener muchas dendritas conectivas con gentes que, superficialmente, puede parecer muy honestas, o que, por su posición, se vuelven casi intocables a ser objeto de una investigación judicial o policial. Como nación en desarrollo, anhelamos gozar dentro de poco tiempo, de un permanente clima de seguridad pública. Los discursos triunfalistas en lugar de estimularnos, nos desaniman ante la cruda realidad criminal que desfila, cotidianamente, frente a nosotros...