La década de los cuarenta fueron tiempos de mucha turbulencia política en El Salvador. El país estaba gobernado con mano de hierro por el General Maximiliano Hernández Martínez. Había mucho descontento entre el pueblo, pero también mucho miedo porque la persecución política y los fusilamientos eran el pan nuestro de cada día. Martínez fue el responsable de la matanza de indígenas que en 1932 se levantaron para reclamar la restitución de sus tierras fértiles, tierras comunales confiscadas el siglo anterior y que condenaban a los campesinos a la supervivencia y la miseria.

Como sabemos los salvadoreños, aún se escuchan entre nuestros mayores, historias aterradoras sobre la crueldad que se ejerció sobre la población indígena. Fue a partir de esa ese momento triste de nuestra historia que se prohibió hablar el Náhuat y se dificultó que las mujeres indígenas usaran los huipiles, símbolos de identidad. En definitiva, Martínez impuso una política de cancelación cultural que ahora podría definirse sin lugar a dudas de genocidio.

Como en esa época no había muchos medios de comunicación y que el pueblo no estaba alfabetizado, las noticias circulaban de boca en boca y con el pasar de los años los acontecimientos históricos del “Martinato” y el paradero final del mismísimo General Martínez quedaron circulando en forma de tonadillas o “corridos” de inspiración popular, muy apegadas a los hechos reales cuando en los medios oficiales esas noticias no se publicaban.

Tendría yo unos 15 años en 1948, cuando llegó a Las Flores, en Chalatenango, un artista callejero que para ganarse la vida entonaba corridos en la plaza del pueblo, y acompañado de su guitarra cantaba:

El 2 de abril del año 44 fue el asalto más fenomenal,
un directorio formado en un momento
asaltó nuestra linda capital.
Tito Calvo, el caudillo mal parado
era el encargado de la movilización.
Arturo Romero, un médico preparado
era la insignia de la revolución.
Pensando estaba toditita esta gente
en que Martínez salía a chotear
y pensaron poner un presidente,
sin saber lo que les iba a ocasionar.
Martínez al tener conocimiento
de lo que pronto iba a pasar
en un vehículo se conduce a un regimiento,
y con una pieza les comienza a disparar.

Y continuaba:

El 8 de mayo la huelga de toditos
y Martínez se tuvo que escurrir.
En un carro se condujo a Guatemala,
y a Ubico todo se lo fue a decir.
Aquel jefe como chero de Martínez,
le dijo “Viejo, te acompaño en tu pesar,
pero creo que de un rato a otro
también a mí me la van a sobar”.
Viva, viva el pabellón azul y blanco
de esta tierra bendita y de valor
donde el gran Atlacatl ha vivido en la historia
y que por nombre lleva El Salvador.

Estos versos condensan un trozo de historia de nuestro país que no se debe de olvidar. La primera parte nos relata el fracaso de un golpe de Estado que una vez desarticulado da paso a un mes de represión y persecución política atroz que culminaría el 8 de mayo, con la unión de todo el pueblo que ya se había venido integrando a la gran huelga general. Martínez al final, “se tuvo que escurrir”. No aguantó ni un día más porque fue “la huelga de toditos”. Ese día memorable pararon las escuelas, las fábricas, los transportes, las vendedoras de los mercados, los cines y hasta el Hospital Rosales, el único hospital nacional en ese tiempo en San Salvador, trasladó a los enfermos a las casas de los vecinos, que también colaboraron en su medida con la movilización del pueblo.

Cuando Martínez huye se va a Guatemala a pedir protección a su “chero” Ubico, otro militar del mismo estilo que Martínez, porque en ese tiempo, de cinco países de Centro América, cuatro estaban gobernados por dictaduras militares: en Guatemala; Jorge Ubico, Nicaragua; Anastasio Somoza, Honduras; Tiburcio Carías. Por eso Ubico temiendo una revuelta popular le advierte a Martínez con tono apesadumbrado “que a mí también me la van a sobar”.

Cabe destacar que hasta hace muy poco tiempo los libros de texto de El Salvador, trataban la historia de nuestro país hasta la introducción del cultivo del café, con lo que ese vacío histórico de conocimiento lo llenó el pueblo con la memoria oral, sin por ello traicionar nunca el valor y amor a la patria, ya que ha sido el pueblo quien en ese momento escribió la historia, para el pueblo.

Estamos a punto de cumplir 80 años de ese momento histórico y los que ya estamos muy mayores aún recordamos con orgullo y emoción esa movilización de “toditos”.

• Francisco Tomás Orellana Calles es Lic. En Biología por la Universidad de El Salvador.
Tomeore32@gmail.com