En consecuencia, que dicha certeza nos impulse a trabajar con temple y coraje para que este anhelo de paz se haga presente en todo nuestro transitar por aquí abajo. Será saludable, entre sí, promover un nuevo hallazgo que nos lleve a abandonar la lógica de la violencia, asumiendo un compromiso con el diálogo y la labor de la diplomacia entre nosotros. Siempre se ha dicho, renovarse o morir. Rejuvenecer la defensa de la dignidad y los derechos humanos de todos; sin duda, nos ayudará a tomar otros modelos más auténticos, nuevos ritmos menos frenéticos y también distintos rumbos de concurrencia, para llevar ese pulso tranquilizador y consolador a todo ser viviente. Al fin y al cabo, lo significativo no es conservarse resistente, sino mantenerse humano.
El vínculo más esencial que tenemos en común la humanidad, es que todos vivimos en este gran orbe. Tenemos pues una casa común, en la cual respiramos el mismo aire, hasta que la muerte nos alcance. Así es, contamos con fecha de caducidad en el tránsito. Por consiguiente, son de alabar las iniciativas que tratan de encauzar corazones perdidos. La restauración llega con el auténtico amor servido. Por desgracia, aún no hemos aprendido a compartir y mucho menos a abrirnos con generosa acogida al otro. Estos modelos sociales, siempre se mueven por interés. Indudablemente, la confusión es grande y la inhumanidad manifiesta. La evidencia mal intencionada nos avasalla como borregos, corrompiendo lo auténtico del ser, porque la veracidad triunfa por sí misma.
Y es que en este mundo traidor, seducimos valiéndonos de falsedades con multitud de cómplices; obviando todo lo sensible que nos cohabita, para caer en la incitación. Realmente nos supera lo perverso y el fanatismo. Sin embargo, a poco que ahondemos en nosotros mismos, hallaremos una serie de signos y de llamamiento a la expectativa, que nosotros poseemos de manera indisoluble. Lógicamente, la auténtica búsqueda de la paz requiere tomar propósito de enmienda y conciencia de que el problema del engaño ha sido resuelto, por encima de nuestras propias culturas específicas. Esto nos demanda a todos a cultivar relaciones fecundas y sinceras, a ser transparentes en las negociaciones y fieles a la palabra transferida.
En efecto, son muchos los riegos que vive la humanidad en nuestra época, negarlo sería mezquino. A esta atmósfera preocupante de absurdos conflictos, hay que sumarle la variabilidad del clima y los eventos climáticos extremos que reducen la productividad agrícola, lo cual pone a muchas regiones en riesgo de aumento del hambre y de la malnutrición. Por ello, es vital huir de este ambiente de desconfianza y desengaños, donde resulta fácil descubrir que las raíces de nuestra vida moral están completamente podridas, para retornar a un contexto de labor persistente: de cansancio y trabajo, pero también de ilusión y entusiasmo. Sea como fuere, una vez descartado lo cruel, lo que queda, por improbable que parezca, debe ser el bien y la bondad.