En mi opinión, Ortega está en contra de la Iglesia por el gran peso de la influencia que esta tiene entre la mayoría de los nicaragüenses. Siendo el animal político que es, Ortega está obsesionado con el poder, y la Iglesia ostenta poder. Ortega no confronta a la Iglesia desde la fe, sino desde la política, porque ve a la Iglesia como una institución que compite con su poder. Insisto, esta es mi apreciación de lo que creo que piensa Ortega.
Ortega es consciente de que hasta 1978 los sandinistas eran un grupo armado de menor tamaño con más derrotas que triunfos. La participación de jóvenes estudiantes y miembros de las comunidades eclesiales de base, de barrios de clase media de Managua garantizó un gran apoyo a la insurrección que derrocó a Anastasio Somoza en 1979.
En noviembre de 1979, la Conferencia Episcopal de Nicaragua saludó el triunfo de la Revolución Sandinista en una Carta Pastoral. El apoyo, sin embargo, fue efímero. Al año siguiente los obispos alertaron de los peligros que significaban regímenes autoritarios que utilizaban a la Iglesia.
Los sandinistas respondieron muy torpemente, humillando al padre Bismarck Carballo e irrespetando al santo padre San Juan Pablo II durante una misa solemne que celebró en Managua en 1983.
Durante esa visita a Nicaragua el papa respondió con la suspensión a divinis a cuatro sacerdotes que ostentaban cargos en el Gobierno sandinista y, más importante aún, convirtió al entonces arzobispo de Managua, Miguel Obando, en el primer cardenal de América Central nacido en Centroamérica. Con más poder e influencia, los sermones del cardenal Obando fueron decisivos en las elecciones de 1990 que Ortega perdió contra Violeta Chamorro.
Así que Ortega, el animal político que siempre está en la búsqueda de poder, cambió de estrategia. Se le acercó al cardenal Obando y en 2005 le pidió que lo casara con Rosario Murillo.
Y en 2006 cuando resultó electo con solo el 38 por ciento de los votos, nombró a Obando jefe de una comisión de reconciliación, inspirada en la comisión del mismo nombre liderada por Desmond Tutu en Sudáfrica, pero con la diferencia de que Obando hizo muy poco. El poderoso cardenal Obando fue relegado a una figura protocolaria que aparecía junto a Ortega en sus comparecencias públicas.
En 2018, cuando surgieron las protestas y la Policía Nacional comenzó asesinar a decenas de estudiantes y manifestantes jóvenes, en la Catedral de Managua que servía de refugio de centenares de jóvenes, monseñor Silvio Báez dijo a los jóvenes que ahí se encontraban:
“No caigan en la intimidación, no se dejen llevar por la violencia, la lucha de ustedes es justa y la Iglesia los apoya. No solamente los apoya, sino que les instamos a seguirla... la causa de ustedes es por la justicia social, sigan creyendo en la fuerza de la paz y la no violencia”.
En otras palabras, con el estallido de las protestas de 2018, Ortega retrocedió a los años ochenta. Nuevamente la Iglesia católica se oponía a la represión en contra del pueblo de Nicaragua, y así inició un nuevo ciclo de abusos y amenazas. Como resultado de este nuevo ciclo de enfrentamiento, al 1 de diciembre, 84 sacerdotes se encuentran en el exilio, unos fueron expulsados y a otros no les han permitido regresar al país. Las cuentas bancarias de las parroquias católicas fueron congeladas, las obras sociales cerradas y las procesiones prohibidas.
Ortega está tratando de extinguir la única voz de esperanza que aún existe en el país y su único objetivo sigue siendo alcanzar el poder absoluto.