No es primera vez que en la historia patria surjan nuevas ideas que, impulsadas por un momento determinado de su auge pasajero en la política nacional, quieran cambiar todo lo bueno y positivo que se haya realizado en provecho del avance sociopolítico y financiero del país, con tanta convicción en ellas, que por momentos adquieren matices dictatoriales e irreflexivos, hasta el punto de “poner oídos sordos” a las oportunas sugerencias y opiniones que economistas, periodistas, profesionales diversos, etc., les hacen a través de comentarios y manifiestos en los diversos medios e, incluso, en programas radiotelevisivos de opinión, que gozan de bastante credibilidad y sin conexiones partidarias de ningún género.

Por mi experiencia personal, en el tiempo que laboré en el Ministerio de Educación, con un cargo de dirección superior, tuve la oportunidad de que por medio de UNESCO, participara en varios eventos de dicha institución de las Naciones Unidas, que efectuara en algunos países suramericanos, en los cuales tuve el agrado de escuchar a delegados de naciones hermanas, expresar sus elogios para los salvadoreños, quienes, a pesar de que sufríamos entonces los embates fratricidas de un conflicto bélico interno, no habíamos perdido nuestro proverbial afán por el trabajo y los esfuerzos en buscar el final de la guerra, que se vieron felizmente realizados el 16 de enero de 1992, en el ambiente augusto del Palacio Imperial de Chapultepec (México), con la firma de los históricos Acuerdos de Paz, avalados y supervisados por las Naciones Unidas y otras potencias europeas, cuya realización sirvió, incluso, como marco referencial exitoso para otros acuerdos de pacificación en diversas regiones del mundo.

A propósito, a manera de anécdota jocosa, cierta mañana que estaba esperando mi vuelo hacia acá, en la sala de espera del aeropuerto panameño de Tocumen, un estadounidense de color me preguntó en inglés qué para dónde me dirigía y yo le respondí que para El Salvador. El hombre abrió más sus ojos y gritando “War, war, war” (Guerra, guerra, guerra), se retiró corriendo de mí... Traigo a colación esa anécdota, para darnos cuenta que en un mundo noticiosamente globalizado, cualquier suceso, bueno o perjudicial, que sucede en cualquier parte del mundo es de inmediato y generalizado conocimiento. Sirva esta digresión como una útil y oportuna advertencia para quienes siguen alimentando nuevas ideas perjudiciales, a fin de que corrijan su actual proceder autoritario porque, tarde o temprano, podrían cosechar los frutos amargos de violentar normas constitucionales y financieras al aprobar, “contra viento y marea” una criptomoneda inestable como moneda de curso legal, pese al llamado oportuno del Fondo Monetario Internacional; suprimiéndole independencia a jueces y magistrados; reafirmando su decisión ilegal de destituir al máximo tribunal de la República como lo es la Corte Suprema de Justicia, etc., etc.

Ahora, a pesar que ya existe una ley para delitos informáticos y otros medios de comunicación, especialmente utilizada a nivel judicial en delitos de abusos corporales y amenazas contra menores de edad, hoy insisten en una nueva normativa, pero con el agravante inconstitucional de introducir en el Código Procesal Penal la figura “del agente encubierto en el sistema informático” que, aparentemente, servirá para investigar delitos comunes, pero que realmente esconde la burda intencionalidad de legalizar el espionaje a medios de comunicación e información, cuentas de periodistas, analistas políticos, etc. En suma, es una ley antidemocrática muy similar a la que aprobaron los diputados prudistas en tiempos del coronel Óscar Osorio (1950-56), bajo el pretexto de proteger... ¡a la Constitución de la República! y con la cual procedieron, “legalmente”, los cuerpos represivos de entonces para capturar, torturar y exiliar a los opositores de aquel régimen militar. Otra vez surgieron las nuevas ideas en aquel pasado, igualmente calentadas bajo los tizones encendidos de los triunfos electoreros del momento... tal y como lo estamos viendo en el presente.

Es muy fácil, en nuestro ambiente partidista, pasar de una actitud patriótica y democrática, a una postura demagógica e inconstitucional. Especialmente si por medio de maletines negros, empleos jugosos, malversaciones de fondos públicos, prebendas empresariales, etc., doblegan las conciencias de sinceros seguidores, transformándolos en perversos oportunistas o en reprochables conculcadores de la Constitución y el sistema jurídico. Es hora propicia de rectificar lo andado. Los salvadoreños, que somos reconocidos trabajadores y dinámicos emprendedores, nos merecemos un mejor destino. Está bien que participemos en política partidaria o que ocupemos un cargo del gobierno, pero con honestidad, apego a lo legal y justo. Surgirán otras nuevas ideas, pero si ellas son contraproducentes al orden institucional y causarán más males que beneficios, igualmente volveremos a oponernos, en aras de ese mejor destino patrio que todos nos hemos ganado con esfuerzos, estudios y diligente obrar honesto.