Todo diálogo es importante, bajo cualquier circunstancia, por muy arduas que parezcan las rutas de los acontecimientos. Es una máxima universal y cívica para todos los tiempos, por eso un encuentro con Daniel Ortega es necesario, obligatorio y oportuno para buscar una salida a la crisis que enfrenta Nicaragua; predecible e impredecible pero viable, y ante esta situación existen dos grandes obstáculos: uno, que desde la praxis política él no tiene con quién hacerlo a lo interno del país, y lo otro, que debido a esta circunstancia actúa con un desenfreno total y arbitrario a su gusto y antojo.

¿Quién no dialoga? Hasta los sordos lo hacen bajo otros métodos; lo hicieron Churchil, Stalin y Roosevelt al final de la Segunda Guerra Mundial. Y en nuestras propias barbas lo hicieron los sandinistas y la contrarrevolución en 1989.

Ortega sabe que está más que con la soga al cuello, pero ha demostrado ser el auténtico zorro del corral de la politiquería. No tiene compadres ni taladres que le ladren, por eso está donde está y por eso hace lo que le da la regalada gana. Hasta con quienes sabe que lo pueden hundir en fracciones de semanas o días, reta a los propios Estados Unidos y a la misma Unión Europea. En otras palabras, desde su domesticado taburete caporal de una pequeña nación se da el lujo de retar al mundo entero.

Es tan atrevido que se apropia de la frase del Quijote, pues a su entender si los perros ladran es porque creen que él es quien va cabalgando; aunque en realidad sabe que su revolución y su proyecto por los pobres, más su progresismo retórico, están más que fracasados. Y está claro que lo siguen manteniendo en el poder además de sus pistolas y sus guardianes, un oxidado Grupo de Puebla y los fósiles vivientes de la mal llamada oposición política, unos cuantos secuaces disfrazados de liberales serviles a su marabunta aplanadora de diputados.

Claro, hay que añadirle a unos cuantos herejes de la Iglesia católica, a muchos pastores sueltos de los rebaños del demonio, a una sustanciosa pero dañina fauna centroamericana y a la misma pasiva comunidad internacional que no oye la súplica de toda una ciudadanía que a diario se desangra en sus propias venas, como los presos políticos y sus familiares, y en el desbarajuste institucional a todo nivel, ahora cerrando universidades privadas.

Es triste, lamentable —y condenable—, la actitud silenciosa ya no del aparataje burocrático del sector privado en el Cosep, sino de las voces personales de quienes componen la cúpula del sector empresarial. Ninguno es capaz de levantar la voz sobre el pésimo rumbo que la nación ha tomado desde las políticas aplicadas por el propio Daniel Ortega, y no lo hacen, como bien lo dijo recientemente el intelectual salvadoreño Federico Hernández, «por el grado de complicidad que ha habido entre el Gobierno y los empresarios». Lo que evidencia en todo momento que cualquier indicio de acercamiento desde este sector sería otra más de las componendas en beneficio de esta dupleta gravemente perjudicial para el pueblo en general. Por otra parte de cara a una salida a la crisis, opciones como las armas no demostraron posibilidad alguna como tampoco utópicas juntas provisionales de gobierno desde el exilio.

De cara a estas palpables realidades, no existen condiciones para un diálogo. Así las cosas este resulta ser imposible, sobre todo porque no existe una oposición elocuente. Surgirá una de entre las recomposiciones que se den entre sectores diversos que tarde o temprano depondrán diferencias personales y de lucha, superando barreras para una unidad quizás no total desde la oposición, pero sí que demuestre credibilidad y un nuevo comportamiento ético capaz de sentarse a dialogar, pero sin pedir nada a cambio tras bambalinas o bajo la mesa, salvo la democracia y la libertad.