Este 25 de abril de 2022 se cumplieron 32 años del triunfo electoral de Violeta Barrios de Chamorro frente a Daniel Ortega, hecho trascendental para Nicaragua que marcó el paso del saliente totalitarismo de izquierda sandinista amordazado en parte por el fin aparente de la Guerra Fría, de la extinta Unión Soviética y el advenimiento de una transición democrática, la cual fue traicionada por prácticamente todos sus actores; razón por la cual dicha fiesta cívica no duró más allá de 17 años entre escabrosos chantajes, pactos, asesinatos a miembros de la oposición al régimen saliente y traiciones, entre una izquierda que jamás dejó de gobernar y una derecha mala e incapaz de haberlo arrinconado, como ellos, los sandinistas, lo hicieron con el somocismo.

La transición nicaragüense, con los respectivos gobiernos de los exmandatarios Chamorro Barrios, Arnoldo Alemán y finalmente Enrique Bolaños (q.e.p.d.), cada uno de ellos con sus luces y sombras, no lograron sostenerse con plena autonomía concedida abiertamente por el voto popular, masivo e incuestionable que obtuvieron.

Son innumerables las muertes y daños, las causas, que fueron minando la ruta asertiva de esta transición, cuyas simientes de dicho desbarajuste comenzaron prácticamente desde antes de la toma del poder del nuevo gobierno, desde la propia gestación de la entonces Unión Nacional Opositora (UNO) como de las intrigas entre sectores opuestos al Frente Sandinista y de las decisiones en la instalación del gabinete de gobierno. Arturo Cruz, economista y analista hoy tras las rejas de la prisión orteguista, sostenía que una de las “primeras crisis institucionales” era la de haber apartado al vicepresidente de la República electo, Virgilio Godoy. Al gobierno de la presidenta Violeta de Chamorro, (a quien el pueblo vio virginal vestida de blanco y maternal en una época de desarraigo familiar provocado por el Servicio Militar obligatorio), se le achaca de haberle hecho muchas concesiones al sandinismo en el consabido protocolo de transición, que para muchos fue una mancha negra en esos hermosos días de reconstrucción, repatriación y reinserción de miles y miles de nicaragüenses, víctimas de una cúpula viciada y terrorista, folclórica y siniestra, con cantores, poetas, pintores y comandantes vestidos todos de verde olivo y pistolones al cinto, algunos con barbas emulando al gatillero Che Guevara y otros quedándose con casas y empresas en el robo más colosal de la historia conocido como “la piñata”.

El gobierno de Arnoldo Alemán es el más cuestionado de todos, a pesar de haber iniciado con un buen impulso gerencial, por el pacto que propicia con Ortega, retrocediendo en gran parte lo que se había avanzado anteriormente, que devino en una severa crisis institucional. Y finalmente la Administración de Enrique Bolaños, torpedeada en gran parte por la actitud caudillista del mandatario saliente, causó un gran desgaste en la gobierna, pues en realidad se tuvo que enfrentar a la embestida de las fuerzas del pacto, no pudiéndose gerenciar políticas públicas con más énfasis ni propiciar pistas para un cuarto gobierno de transición, sobre todo por la continua división de las fuerzas liberales y democráticas y por la flagrante conspiración de la que fue víctima ese último periodo, entre otras adversidades.

Aun con todo, estos tres gobiernos trajeron la paz a medias y el desarrollo económico estabilizado. “Daniel, te queda la mesa servida” para continuar desarrollando a Nicaragua, le habría dicho el presidente Bolaños en su entrega del poder. Pero Ortega, con su agenda desenfundada y su socialismo castro chavista en mente, puso oídos sordos a dicho mensaje, así como al apoyo desmedido de prácticamente toda la comunidad Internacional, que creyó en sus cuentos de lobo manso e hizo desde entonces, todo lo contrario.

La historia ha juzgado y juzga aun ese periodo, del cual la ruptura institucional del pacto Alemán-Ortega, es visualizado como la peor de las desgracias ocurridas en dicha transición traicionada, precisamente por engendrar desde dicho acuerdo el retorno del Frente Sandinista al poder. Corresponde ahora concientizar a la nueva ciudadanía electoral mediante la creación de partidos políticos con visión estadista y no politiquera, y el avivamiento de la memoria histórica. Trazar al menos holográficamente, pero desde el presente y con los sueños y los pies en la tierra, el renacer de Nicaragua, no por el advenimiento de nuevos mesías presidenciales o administrativos, sino por la devastación actual en que se encuentra.