Por lo que es imposible, por mucho que estos sitios se encuentren escondidos al ojo público, poder negar su existencia, y es que existen cerca de 1381 asentamientos que varían en tamaño y forma, pero cuya extensión territorial en conjunto es mayor que el área urbana de Cuscatancingo y en el que habitan aproximadamente el 30% de toda la población metropolitana. Debido a estas características podríamos decir entonces que el AMSS no se encuentra constituido por 14 municipios (*distritos), sino que existe un décimo quinto que no posee calles, escuelas ni parques de calidad, a través del cual no accede el transporte público ni el camión recolector de basura, que no se encuentra conectado con la ciudad, es decir, que no constituye un hábitat adecuado y que se encuentra atrapado entre barreras físicas, pero también entre las peligrosas barreras ideológicas que los estigmatizan como sitios de alta peligrosidad y violencia.
Sin embargo, estos espacios son más que viviendas, exclusión y aparente pobreza; sino que, como todos los salvadoreños, las personas que habitan aquí poseen medios de vida muy tradicionales, la gente sale a trabajar, va a los diferentes mercados a comprar víveres, hacen uso de las escuelas, parques, plazas, es decir, son parte activa de la comunidad; además, al margen de la difusa y atomizada ayuda que se articula desde las administraciones públicas, al interior de varias comunidades se han gestado diversos modelos de gobierno alternativo, desde la figura de un líder o lideresa comunitario quien cohesiona y ayuda a articular elementos de mejora para su comunidad, hasta iniciativas colectivas de mejora del hábitat.
Es impresionante evidenciar como desde la necesidad, los habitantes de los asentamientos logran romper el paradigma tradicional de la ciudad y trabajan en equipo en pro de un bien común. Esto es relevante en cuanto es posible identificar puntos de mejora dentro de nuestra propia cotidianidad a la luz de las buenas prácticas que se generan en los asentamientos: el fortalecimiento de las redes sociales, en cuanto se tiene la certeza de poder depender de los vecinos para solucionar problemas inmediatos; el sentido y reconocimiento de seguridad que trae vivir en una comunidad cohesionada; el impacto positivo de la resiliencia y la mejora continua del hábitat; el arraigo y la identidad del sitio que se habita entre muchas otras.
Todas estas virtudes han sucedido históricamente inclusive durante coyunturas en las que la violencia social, la pobreza económica, los impactos devastadores de acontecimientos climáticos y otros aspectos de la vida del país, han hecho que la vulnerabilidad de estos asentamientos recrudezca los escenarios de vida de sus habitantes.
De tal forma la misión es clara en cuanto es necesario iniciar acciones que articulada y estratégicamente permitan derribar las barreras físicas e ideológicas que rodean a los asentamientos informales, de forma que la misma ciudad y sus efectos positivos de desarrollo pueda permear en la calidad de vida de todos sus habitantes en general y a su vez permitiendo que la gestión social, el sentido de comunidad y todas las acciones positivas que se gestan dentro de las comunidades puedan incidir en la sana convivencia de todos los habitantes de la capital.
Esto definitivamente vendrá otorgado de una planificación democrática, que permita el reconocimiento del valor humano y de la capacidad creadora que nace de la resiliencia y del conocimiento ancestral, así como de la visión técnica del desarrollo estratégico de la ciudad. Se hace el llamado al lector para que, por cuenta personal, pueda imaginar las virtudes de una ciudad de este estilo y sobre todo que se pregunte la forma en la que desde su trinchera también puede coadyuvar para construirla. Este es un efecto cascada que se debe de construir en conjunto para el bien común.