Hace algún tiempo, solía viajar hasta la población de San Antonio Los Ranchos, ubicada a varios kilómetros al nororiente de la ciudad de Chalatenango, para visitar a la familia de mi dos primeros hijos, hoy profesionales. Aunque a veces los tíos de mis vástagos me esperaban con una bestia de montar, prefería irme a pie, subiendo y bajando por los numerosos cerros existentes en el camino de tierra, bebiendo agua zarca que manaba de los húmedos paredones, utilizando mis manos para recogerla y llevármela hasta mis labios. También me encantaba caminar, para escuchar los gorjeos y trinos de muchísimas aves que, desde los árboles frondosos parecían saludarme alegres, y casi para llegar, miraba desde lo alto hacia el Sur, en cuya lejanía brumosa se alcanzaba a divisar la línea azul del mar que baña nuestras costas.

Años después, al finalizar la guerra fratricida, retorné a ese y otros sitios, pero todo lucía mustio, triste y apagado, sin aves ni árboles, muchas malezas resecas y hasta los ríos Tamulasco y Guarjila, otrora caudalosos, los observé cual riachuelos pedregosos, sin la abundancia de pececillos que observé en el pasado... ¡Un paisaje deprimente y conmovedor!

Esta escena, de hecho, se repite a lo ancho y largo del territorio nacional. Con el crecimiento acelerado de nuestra población, en un reducido espacio territorial que, según datos confiables, constituye una de las densidades demográficas más elevadas en América Latina, las consecuencias que tales situaciones ya causan, pero que, a muy corto plazo, pueden complicarse a niveles catastróficos, si antes no somos previsores en conservar y utilizar, racionalmente, los recursos naturales que aún nos ofrece el medioambiente salvadoreño, añadiendo a ello, programas apropiados de reforestación, siembras y cosechas rotativas, evitando prácticas que erosionen la tierra o disminuyan su nivel vital como las famosas quemas de malezas en cañales y milpas, etc. y, como puntos esenciales, velar por un manejo adecuado del recurso hídrico y reducir, a sus mínimos niveles, la contaminación derivada del uso excesivo de hidrocarburos y otras fuentes de energía fósiles y altamente contaminantes y planear, tanto a decisiones estatales como privadas, la utilización masiva de la energía solar y eólica, donde nuestro país puede ser hasta un innovador muy importante.

En las últimas semanas del presente año, tanto el heroico Cuerpo de Bomberos, como otras importantes entidades de socorro, han estado con sus equipos y personales, prestos a sofocar decenas de incendios en diversas localidades y con diferentes categorías en cuanto a magnitud y daños. Incluso, lamentablemente, hay en sus indicadores, hasta la pérdida de algunas vidas humanas, así como de mascotas, aves de corral y haberes hogareños de humildes familias que, prácticamente, hoy sufren las inclemencias de estar a la intemperie. Un elevado porcentaje de tales siniestros, tiene su origen en las ya obsoletas y peligrosas quemas de malezas, o rastrojos de cosechas agrícolas pasadas.

Una práctica muy arraigada en nuestro campesinado, pero que debe irse desterrando de su calendario de labores agrícolas, ya que además de ser un grave riesgo, las quemas producen infertilidad de las capas superiores de la tierra apta para cultivos. Considero que los agrónomos y otros técnicos con que cuenta el Ministerio de Agricultura, como expertos en materia agrícola, pueden colaborar, junto con los personales docentes de las escuelas rurales, para que las nuevas generaciones del campo desechen esas “quemas” peligrosas.

Me satisfizo leer en este apreciable medio (miércoles 23-2-2022), las declaraciones de los ministros de Agricultura, Gobernación y Medio Ambiente, sobre el tema que trata mi presente columna, el cual es tan importante y crucial para el país, como lo pueden ser los cambios sorpresivos en el ramo educativo, o los pleitos partidistas que se suscitan en el seno legislativo.

Los funcionarios hablaron de que pronto van a implementar un plan para prevenir “quemas agrícolas” (tema que he tratado en diversas oportunidades), el cual incluirá la calendarización de “quemas controladas”, pero a la vez, confío consideren otros aspectos más saludables como enterrar rastrojos triturados, que contribuyan a mejorar la fertilidad en las áreas de siembra, por ejemplo. Esperamos que se haga realidad el dicho latino de “Res, non verba”: Hechos, no palabras.