Si hay una figura femenina destacada que ha incidido en las artes escénicas nacionales en la actualidad esa es Egly Larreynaga, una mujer que ha luchado por cambiar muchos aspectos negativos en su vida para transformarlos en arte. Procede de una familia desestructurada por la guerra, con unos padres que participaron activamente en el conflicto armado; su infancia se marcó por el abandono y el abuso sexual.Fue así como ella decidió tomar el escenario como arma para cambiar su realidad y la de muchas mujeres.

 

¿Cómo fue su infancia y adolescencia?

“Soy hija de la guerra. Mis padres estuvieron involucrados en el conflicto armado, por lo cual tuve que irme del país muy pequeña. Viví consecuencias de la guerra muy fuertes. Por esa razón estuve, incluso, en un orfanato de niñas. Viví en Cuba, en Nicaragua, en Honduras, Panamá y de último en El Salvador. En mi niñez y adolescencia tuve bastantes problemas por tanto movimiento de países y de las situaciones que me pasaban por no estar en un lugar estable. Viví con mi madre, sobre todo, pero ella tuvo muchos problemas porque militaba; tuvo que salir del país. Me relacioné con distintas personas debido a lo mismo.

 

¿Cómo surgió en usted el amor por el arte?

Yo siempre tuve bastantes inclinaciones artísticas. De hecho de niña quería ser “Paquita”, de esas Paquitas que bailaban con Xuxa. Yo quería escribirle una carta para contarle mi historia de vida para que me conociera. Me gustaba escribir y me gustaba cantar. Fue hasta la adolescencia, en bachillerato, que recibí un taller aquí -yo salí del Externado San José- y siempre nos motivaron mucho con cuestiones culturales y artísticas; entonces ni siquiera sabía que eso existía y que se podía estudiar y que era una profesión. Desde entonces me fascinó.

Cuando salí del colegio empecé a buscar formación, pero justamente allá por los noventa, país posguerra, no había nada de teatro. Mucha gente del teatro se había ido por la misma situación. No encontraba un lugar hasta que me di cuenta que la compañía Sol del Río estaba celebrando su aniversario y estaban dando un taller. Después de haber tenido ese contacto ya no quise dejarlo. Viví mucho conflicto porque siempre está la preocupación de tus padres, o también propia de decir: ¿Qué voy a hacer? ¿Cómo se hace esto? ¿Dónde aprendo? ¿Cómo puedo vivir de esto? Pero cada vez me gustaba más.

 

¿Recibió siempre el apoyo de sus padres para lograr su meta?

Al pricipio mi mamá se mostró preocupada y no me apoyó, pero al ver mi determinación me aconsejó: “Bueno si te vas a dedicar a esto no seas mediocre. Hacelo bien. Formate, prepárate. No te quiero ver como vaga”. Eso fue para mí un desafío y me motivó a tomármelo en serio, tanto, que le he dedicado la mitad de mi vida a esta profesión. Yo ya voy cumplir 40 años y llevo 20 años de estar en este oficio.

 

¿De qué manera fue formándose la artista que es ahora?

Busqué formación con la Compañía Sol del Río. También en Arte Teatro. Fui seleccionada en Costa Rica para una beca para formarme con maestros muy importantes, conocidos a nivel mundial. Posteriormente, fui a Bolivia porque quería hacer pasantía y convivir con una compañía icónica de Latinoamérica que se llama Teatro de los Andes. Por último me fui siete años a vivir a España, Ahí estudié muchísimos cursos con diversos maestros de teatro. Estudié ópera, canto lírico en el conversatorio Montserrat Caballé y fundé, también ahí, una compañía de teatro y una asociación cultural. Trabajé teatro con mujeres migrantes. Todo esto me dio formación práctica. Trabajé e hice asistencia de dirección con distintos directores, trabajé con distintas compañías españolas que me contrataban como actriz. Todo esto ordenó todo lo que yo venía formándome.



¿Cómo es hacer teatro en El Salvador?

No es por poner queja, ciertamente han mejorado las condiciones; sin embargo, sigue estando el desinterés de parte del Estado de querer invertir en la cultura y los artistas, en dignificar este trabajo. Aquí toca buscar financiamiento, hacer la dirección artística, buscar proyectos en los que pueda meter una obra o las obras. Justificar por qué son importantes los temas, acoplar la parte artística a agenda de las organizaciones. Además, creo que es importante formalizar la formación. Todavía no se cuenta con una titulación académica reconocida por el Ministerio de Educación.

 

¿Cómo es, para una mujer, hacer teatro en El Salvador?

Se han ido abriendo espacios, pero sí ha habido- como en todos los oficios- que romper esquemas. Acá la dirección siempre había sido llevada por los hombres y eso ha sido algo que ha costado mucho romper. Yo he tenido compañeros que me han dicho: “a mí no me invités a tus ensayos, invitame a dirigirlas.” Pero yo quiero dirigir mis obras. Muchas veces trabajo con técnicos hombres y muchas veces dan por hecho que ellos son los directores. Cuesta darse el espacio.

Siento que cada vez más, y que en este momento, el teatro nacional tiene bastante presencia femenina y las propuestas más interesantes están siendo llevadas por mujeres que están siendo más activas y eso es bien evidente en la escena salvadoreña. Y esto es en todo, en el mundo de los técnicos del teatro -que son todos los encargados de poner el sonido, luces- también. Acá en el país solo hay una técnica y no le ha sido fácil. Esa es una brecha que todavía está muy cerrada.

 

¿Cuál fue el detonante que genera la creación del Teatro del Azoro y La Cachada Teatro?

El detonante que hizo que yo creara el Teatro del Azoro y la Cachada Teatro fue cuando yo me vine de España a trabajar en un documental dirigido por Marcela Zamora, durante seis meses, y me terminé quedando siete años.

Fue una necesidad que sentí de hacer teatro urgente que hablara de nuestra realidad, que pusiera nuestras historias y nuestra visión de mundo en el escenario.

Que está bien montar clásicos y textos de otros lugares, que ya se estaba haciendo, pero lo que no se estaba haciendo era un teatro contando los temas de aquí. Poner en escena temas que nos gusta ver, pero que el teatro tiene una forma maravillosa de presentar ese horror, a través de la belleza.

Entonces sentí la necesidad de crear aquí y de construir una dramaturgia propia. Un teatro con lenguaje propio basándose en nuestras historias y en nuestra realidad.

 

La Cachada Teatro es un movimiento que ha dignificado la figura femenina salvadoreña, ¿Es así como soñaste este proyecto?

La señoras de La Cachada, son mis amigas, mis compañeras, mis cómplices que creyeron en una locura que ha aportado tanto en sus vidas personales, como sus entornos familiares y la comunidad. Tenemos la visión de continuar, de crecer, de seguir caminando, trabajar y replicar el proceso de transformación que ellas vivieron a través del teatro. Están haciendo ahora talleres y trabajando en dos comunidades en Las Palmas, dos comunidades de San Salvador, con mujeres que tienen un perfil muy parecido al de ellas. Es un experimento que no trata de crear actrices sino que en él replican sus propias experiencias personales y buscan romper los círculos de violencia con los hijos.

Yo soñé este proyecto, al principio como un taller. Evidentemente esto, a estas alturas, se me ha desbordado, teniendo en cuenta que la gran repercusión que ha tenido La Cachada Teatro, que ahorita se va a un festival.

 

¿Hasta dónde más piensas llegar con tus proyectos?

Actualmente hemos fundado una asociación cultural, Teatro del Azoro, que está trabajando con proyectos de transformación social, a través del arte. Nuestro sueño es llegar a intervenir más espacio y sensibilizar a una población sobre realidades que muchas veces le son lejanas. Nuestro sueño es formar una escuela y crear una metodología propia y seguir incidiendo en espacios marginados donde muchas veces no se tiene acceso a las artes.