El trágico desplome de un puente a desnivel de la línea del metro de la Ciudad de México ha desatado toda una tormenta política y una ola de indignación en aquel país con profundas dudas sobre los contratos de la obra y la supervisión de la misma.

De por medio hay más de una veintena de personas fallecidas, casi 80 heridos y la desconfianza de la población hacia el sistema de transporte masivo que transporta a casi cinco millones de mexicanos diariamente. El presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador ha anunciado una investigación y ha prometido que no se le ocultará nada a la población. El actual canciller, que fue alcalde de la ciudad de México cuando se construyó dicha línea, está entre los cuestionados.

Miles de mexicanos acusan a las autoridades de una posible negligencia en la construcción y exigen responsabilidades al gobierno. La Fiscalía de la capital mexicana ha anunciado una investigación “por los delitos de homicidio y daños a la propiedad, ambos culposos”, en la que se investigarán los contratos de obra y a la constructora, y en la que ingenieros y geólogos realizarán estudios para identificar la causa del siniestro.

Esto es lo que provoca la corrupción, la negligencia de los funcionarios. En El Salvador sabemos de obras que han terminado mal en gobiernos anteriores, el triste ejemplo de la represa El Chaparral es uno de ellos, pero también hospitales y carreteras mal hechas. Este trágico ejemplo de la Ciudad de México debe ser una lección para toda América Latina de lo que la corrupción causa y las consecuencias que trae consigo.