El Salvador sigue teniendo ventajas sobre sus vecinos inmediatos. Pese a su poca extensión, coexisten desde hace décadas dos países que en forma simultánea se nutren entre sí: el país de la diáspora y el que de manera cotidiana mantiene en funcionamiento la industria, el comercio, la administración pública y a la empresa privada.
Hemos enfrentado nuestros propios huracanes políticos e incendios electorales sin que a pesar de esto, el país deje de funcionar o se convirtiera en un estado fallido, como algunos de sus vecinos.
Ahora se enfrentan retos nuevos. El que fuera un país de migrantes debe ahora buscar nuevas opciones que no sólo sean marchar hacia la frontera norte. Y todo esto, sin descuidar la buena salud de la democracia y la postergada mejora en temas sociales como la salud, la educación y la seguridad, carencias que apremian y que deben ser atendidas inmediatamente. El presente impone desafíos y es necesario buscar oportunidades.