El asesinato del presidente haitiano Jovenel Moise, es la culminación de una situación de inestabilidad política, falta de institucionalidad democrática, pobreza endémica, corrupción y una ola de inseguridad pública incontrolable.

El magnicidio de Moise, en el país más pobre del continente americano, refleja la inestabilidad política constante en esa nación caribeña que ha tenido más de 20 gobiernos en 35 años tras el derrocamiento del corrupto y cruel dictador, Jean Claude Duvalier.

Moise fomentó también una inestabilidad política al gobernar por decreto, prolongar su mandato un año más, en medio de protestas sociales, el malestar económico y escándalos de corrupción.

Es difícil saber qué futuro depara a Haití, la primera nación caribeña en independizarse tras una rebelión de esclavos africanos en 1791. Su historia está plagada de dictaduras, golpes de Estado, inestabilidad política, y miseria, una miseria profunda e incomparable en el resto del continente. El riesgo de padecer hambre está siempre presente entre una población devastada por las malas cosechas influenciadas por los desastres naturales y la inflación del país.

Además, numerosas bandas armadas controlan las calles y ciudades. Sólo en el mes de junio pasado, más de 150 personas fueron asesinadas y otras 200 secuestradas en la zona metropolitana de Puerto Príncipe, reveló un reciente informe del Centro de Análisis e Investigación en Derechos Humanos (CARDH), una ONG especializada en la materia El Ejército, que fue eliminado en 1994 para evitar intentonas golpistas (e instaurado de nuevo en 2017), apenas tiene 500 miembros, y los 15.000 policías con los que cuenta el país no parecen ser suficientes para controlar la situación.

El presidente se enfrentó a una fuerte oposición por parte de sectores de la sociedad que consideraban su mandato ilegítimo. En los últimos cuatro años el país tuvo siete primeros ministros.