- “A vos te gustan los viejos.”


- “No es eso Pablo. Necesito llenarme de vida. Me aburren los hombres de mi edad.”


- “Yo estoy lleno de vida. No soy aburrido.”


El anterior es un diálogo –palabras más, palabras menos- entre Laura (Paola Baldión) y Pablo (Carlos Aylagas) al final del segundo acto. O inicio del tercero. No sabría decirlo. La falta de estructura es una de las fallas graves a las que se enfrenta “La Palabra de Pablo.”


El guión, el mayor de sus problemas.


Esa es la única escena en toda la película en la cual los personajes principales tienen unos segundos de chispa de vida. En la que por fin son creíbles. Sin embargo al final no pueden escapar de su propio aburrimiento. Arrastrándonos con ellos.


Sí, Pablo. Siento decirlo. Eres muy aburrido. Y careces de vida.


“La Palabra de Pablo”, la más reciente incursión de El Salvador en el cine de ficción, es un bodrio confuso que por ratos pretende ser drama sicológico; otros, drama de suspenso y al final termina pareciendo un mal diván de psicólogo.


Oscar Matamoros (Leandro Sánchez) es un abogado corrupto que sostiene una aventura con Laura. Su hijo Pablo, cliché del personaje del hijo consentido que teniéndolo todo, no hace nada más que pasar sus horas y días fumando porros y vociferando resentimiento contra su padre, de quien resiente la pérdida de su madre. Manipulando a su hermano Miguel (Fernando Rodríguez) a su amigo Rodrigo (Asuical López), Pablo planea un crimen para quedarse con la fortuna del padre y desterrar a la amante de éste.


Nunca un crimen pasional fue tan tedioso en el cine.


Crecí en la ciudad portuaria de Acajutla. Mi templo fue el Cine Mar, perteneciente al extinto Circuito de Teatros Nacionales. Pueblo puro. Ahí cuando una película no gustaba, el público lo hacía saber con silbatinas y groserías lanzadas a la pantalla. Como las que destacan de principio a fin en el diálogo de todos y cada uno de los personajes. Viendo “La Palabra de Pablo” extrañé esos días.


Diálogos inocuos. Mala copia del hastío de la vida de la clase media que ya el mexicano Alfonso Cuarón sí pudo retratar con profundidad y preciso bisturí social en “Y tu mamá También (2000).” No se trata que en el cine no puedan existir personajes vacíos. Tenoch Iturbide y Julio Zapata en la referida cinta son el epítome de ese hastío. Pero Cuarón sabe dónde radica -plasmándola magistralmente en la pantalla- la médula de tal sicología. Por lo que el lenguaje soez es consistente y coherente con los personajes.


No es el caso de Pablo y Rodrigo, mediocre reflejo de los personajes mexicanos.


En “La Palabra de Pablo”, las malcriadezas y las pederas solo son una mala decisión de recurso estilístico. Un falso e innecesario recurso contestatario al conservadurismo radical de la sociedad salvadoreña, más que parte de una verdadera sicología. Un instrumento de marketing a falta de una buena historia.


“La Palabra de Pablo”, escrita y dirigida por Arturo Menéndez, según ficha técnica dura 85 minutos. Cinco menos que cualquier película de Woody Allen o la mayoría de Clint Eastwood, directores de excelente narrativa. Concisas y al grano. Acá tenemos muchos minutos perdidos. Si restamos los 9 minutos treinta y seis segundos que cronometré en transiciones gratuitas, quedaríamos ante una película de setenta y cinco minutos. Estirado. Más un medio metraje que un largo. Ahí la prueba del porqué el guion de Menéndez falla. Nunca tuvo una historia que interesara y mantuviera la tensión por al menos noventa minutos.


Sumemos que el guion está plagado de personajes carentes de construcción sólida de su sicología. El único personaje que notamos mejor construido, por el actor mismo y no proveniente del guion, es Miguel, al cual Fer Rodríguez se aferra con talento e introspección hasta el final. Aunque en realidad se haya quedado sin personaje desde el segundo acto. Puedo señalar lo mismo –en menor grado- respecto al trabajo de Leandro Sánchez, Carlos Aylagas y Paola Baldión en ese orden.


Otros defectos garrafales son los cabos sueltos, las sub tramas y narrativas vacías: La muerte de la madre; la red de corrupción de Oscar; la muerte de la empleada; el contexto de post guerra. Poco tienen que ver o nada aportan a la trama central. Más bien la divagan y dispersan.


Por otra parte, no nos engañemos señalando que “al menos tiene buena fotografía”. Disiento. No la tiene. Lo que tiene es por fin una construcción sólida -¡Por fin en el cine de ficción salvadoreño!- de los aspectos técnicos: Cámara, sonido, edición.


La dirección de fotografía que Arturo decidió usar para contar su historia no ha sido la más apropiada. Preciosista sin narrativa, recurre solo a tres planos que terminan cansando el ojo del cinéfilo. Especialmente el abuso del “close-up”. Estética visual de anuncio comercial que aspira a ser cine.


La mayor trampa en la que Menéndez cayó fue amarrarse a hacer una rendición contemporánea del Otelo de Shakespeare. Sí. Ahí están Cassio, Otelo, Desdémona y Yago. Sus caricaturas. Al final, no supo cómo salir de ese berenjenal.