“…We come on the ship they call the Mayflower, We come on the ship that sailed the moon…”

American Tune. Paul Simon

 

20 de julio de 1969. En El Salvador recién callaban los tambores de aquella mal llamada “Guerra del Fútbol” con nuestro país hermano, Honduras. Alrededor del mundo, 600 millones de personas veían simultáneamente -con asombro- la llegada del primer hombre a la luna. A mis cortos cuatro años fui una de ellas; una sola gota inmersa en toda la inmensidad de la humanidad. Las imágenes de ese día siguen estando en mi mente tan vagas como profundas. Precisas en ciertos detalles. O quizás como las quiero recordar. La casa de la esquina frente a la alcaldía de Acajutla, con algunas paredes de piedra, otras de blanco, donde mi papá había quedado con amigos para ver la transmisión del alunizaje. La pantalla pequeña de un televisor en blanco y negro. Cervezas y gaseosas sudando poco a poco al calor indirecto del sol. Botellas, vasos, hielo y boquitas. Las expresiones de asombro de ellos. La difusa y nevada imagen de Neil Armstrong bajando por la escalera del módulo lunar de la misión apolo 11. Y en mis manos, una réplica japonesa del módulo lunar, el juguete de moda en ese momento. “Un pequeño paso para el hombre, un gran paso para la humanidad.”

De eso va “Primer Hombre en la Luna,” la más reciente entrega del premiado director de “La La Land” y “Whiplash,” Daniel Chazelle. De ese gran paso para la humanidad. En este drama de dos horas veinte minutos en donde Ryan Gosling en el rol del héroe epónimo del espacio, Neil Armstrong, se acerca más al estoico vaquero Ethan Edwards de John Wayne en “The Searchers (John Ford, 1956) que al vecino de al lado del Jim Lowell de Tom Hanks.

Gosling vuelve a hacer equipo con Chazelle, rodeándose de un sólido elenco en el que destaca la breve pero contundente participación de Corey Stoll (“House of Cards”) como “Buzz” Aldrin y sobre todo Claire Foy (De la serie de Netflix “La Corona”) como Janet, la primera esposa de Neil Armstrong. Con ojos enormes, de azul profundo como el firmamento mismo, que sostienen como dos columnas impertérritas la moral necesaria en esta búsqueda de los “grandes ideales por descubrir (como dijera el primer hombre en la luna)” Ella se yergue como la razón silenciosa. La conciencia en la grandeza.



La película comienza en 1961 con Armstrong como piloto del avión X-15 experimentando con la reacción de una nave en la atmósfera terrestre. La historia nos relata que tuvo contratiempos que casi le cuestan la vida. A pesar de ello, la prueba se consideró un éxito por lo aprendido de cara al viaje espacial. Esta secuencia es importante en su ejecución ya que determina el tono que llevará la película misma. Intimista. “El primer hombre en la luna” encontró un nuevo punto de vista en una historia quizás, ya contada muchas veces. Traslada al espectador, no la historia de cómo llegamos a la luna según el manual del ordinario cineasta norteamericano, más bien es un ejercicio de introspección. Demuestra cómo el temple del espíritu humano puede convertir las Leyes Naturales –La ley de la gravedad en este caso- en sus aliadas. Hacer alquimia con el conocimiento.

Después de “The Right Stuff (Philip Kaufman, 1983)” y “Apolo 13 (Ron Howard, 1995)” -obras cinematográficas de impecable factura y extraordinaria maduración con el paso de los años- parecería que otra mega producción sobre viajes espaciales sería más bien un capricho de autor que una necesidad. No. No es así al final de cuentas. El ángulo intimista de Chazelle, a pesar de la fría recepción del gran público –en especial el estadounidense acostumbrado a las elegías heroicas donde el “American Way of Living” debe ser exaltado- es más bien reflejo del orbe terrestre en el visor retráctil del casco espacial de un hombre parado sobre la piedra lunar. El hombre frente a su espejo. “Estando allí arriba sólo pensaba en volver a casa,” reiteró en incontables ocasiones Neil Armstrong.

En aspectos técnicos esta es una obra casi impecable. Casi. Ya que si consideramos la partitura como parte de sus aspectos técnicos y no creativos, no dejará de hacernos recordar la música de “La La Land.” No es casualidad. El compositor es el mismo. Justin Hurwitz. No importa. Hay pasajes, como la nostálgica “Karen” o bien el espectral “Comunicado de Contingencia.” O ese vals como sacado de una cajita de música de los años Sesenta, “Los Armstrong” que funcionan muy bien.