“La esperanza es ser capaz de ver que hay una luz a pesar de toda la oscuridad.” Es una frase del ganador del premio Nobel de la Paz, Desmond Tutu. “Las Horas más Oscuras” es un filme sobre la oscuridad. De los tiempos. De los momentos históricos. De los temores e incertidumbre. De la oscuridad que enfrentan los líderes en las decisiones más difíciles. De la que tienen frente a sí los líderes más temerosos. De la que difunden los tiranos opresores. Pero esta es sobre todo, una película sobre la luz al final del túnel.

Si alguna duda cabe que el hombre sea un animal político, “Las Horas más Oscuras” presenta argumentos por demás persuasivos a favor de dicha máxima. Lo demuestra desde el primer fotograma la representación que hace de Sir Winston Churchill, el actor Gary Oldman, la cual le ha hecho arrasar esta temporada como Mejor Actor.

No es el maquillaje, por demás perfecto. No es la imitación de manierismos vistos en “reels” de noticias antiguas. Es tomar el personaje y devorarlo con fauces de hierro hasta convertirlo en el ser humano detrás del mito. Es dejar ver a través de la mirada intimidante que caracterizó al primer ministro, la luz de sus ideales. En eso Oldman es maestro. Le da una dinámica no vista; un humanismo en sus fragilidades.

La atmósfera que el director Joe Wright recrea del Londres al borde de la guerra, ocupa la misma maestría literaria que Wright plasmó en sus aclamadas adaptaciones de las obras “Orgullo y Prejuicio” y “Expiación”; un lienzo en el que pinta con cierto halo de ensueño la historia del León Británico, desde los días previos a su nombramiento como Primer Ministro, hasta la difícil tarea de decidir el curso de Gran Bretaña de cara a la amenaza expansionista Nazi, los primeros meses de la Segunda Guerra Mundial y la famosa Operación Dínamo, el desalojo de las tropas Aliadas en Dunkerque.

Quizás no estemos frente a una obra coral, pero sí una donde los actores de soporte dan fuerza al personaje principal. En las breves escenas en las que Kristin Scott Thomas alterna con Oldman, sabe ser esa Clementine Churchill; voluntad y fuerza requerida en los momentos de flaqueza del político. Lilly James, famosa por “Downton Abbey”, la secretaria que se gana la confianza del mandatario, es al final, su voz de la conciencia. Los enemigos no siempre son quienes están frente a nosotros, sino quienes están a nuestro lado como amigos, aliados o compañeros. Y en ese sentido el aporte de Ben Mendhelson como el Rey Jorge VI, Stephen Dillane (Lord Hallifax) y en especial Ronald Pickup (Neville Chamberlain) son invaluables. Lamento el peso que le damos, enfocándonos en la interpretación del actor, a costa de un elenco que sabe dar forma al redondo guión de Anthony McCarten.

La dualidad entre la luz y la oscuridad; entre la guerra y la paz. Entre el hombre de carne y hueso y la figura histórica es pintada en el celuloide en claroscuros inspirados en Rembrandt en una dirección de fotografía, permítanme repetirme en el adjetivo calificativo utilizado la semana pasada, exquisita.

Es gracias al director de fotografía que nos maravilló en el 2000, Bruno Delbonnel, quien de manera simbólica, utiliza la luz y la cámara para ilustrar que el principal atributo del personaje no es su obstinado liderazgo. Ni la sombra de la duda. Sino lo más importante. Que se trata siempre de un personaje en busca de la luz. Como cuando de la oscuridad de la pantalla se incorpora hacia el único rincón iluminado; en el más insignificante gesto de encender un fósforo. Hasta el clímax final en donde saliendo de la Cámara de los Comunes luego de su discurso “Lucharemos en las playas”, pareciera que la luz de la esperanza sale del propio interior del actor.

Reflexiva. Oscilante. Electrizante. “Las Horas más Oscuras” tiene ese sabor – por tono y estilo- de ser una película de ficción y no histórica. Pero lo es. Interesante. El éxito de Churchill radicó en nunca perder contacto con el pueblo que le tocó y esa es la columna vertebral del guión. En tres escenas que destacan (¡Por sobre cada una que es destacable pues en esta cinta no hay tiempo muerto alguno!), vemos a través de la cámara subjetiva, la mirada y oído de Winston enfilados en el ciudadano común. El de la calle y el metro. Al final considero que se trata de una película sobre la iluminación del carácter de una persona. En las horas más oscuras de su vida.