El mundo de la información va avanzando a pasos de gigantes. No hace muchos años, encargué a una periodista muy inteligente que investigara cuánto habían gastado los partidos políticos en la campaña electoral. En ese tiempo, tener esa información en nuestras manos parecía una especie de privilegio de pocos, pero era un deber nuestro informar a los ciudadanos cuánto se manejaba en las finanzas partidarias. Los partidos decían que no podían dar esa información y ahí terminaba todo.

La periodista de manera muy habilidosa logró obtener información monitoreando ella diferentes medios de comunicación para calcular ese importante monto. Obtuvo una cifra global, no muy grande, por cierto; no como las que se manejan hoy en los informes oficiales de los partidos políticos. Hoy en día que un partido político declare que gasta $25 millones al año en tratar de ganar elecciones en un país tan necesitado y pequeño resulta simplemente doloroso. Más si para algunos esa cifra, según dicen algunos comunicadores, está por debajo de lo real. En fin, El Mundo publicó una cifra cuando la Ley de Partidos Políticos no obligaba a estos institutos a que declararan esos montos.

Años después, pero antes de la aprobación de la ley, el presidente de un partido político, al ser cuestionado sobre el monto del financiamiento de su instituto, respondió que ese tipo de información era “privada”.

Los tiempos han cambiado y ahora el monto apenas es algo muy básico. Los ciudadanos han entendido que los partidos deben explicar cómo obtienen el dinero, qué hacen para obtenerlo y cómo lo utilizan, si lo usan para pagar deudas o comprar casas. Para el nuevo ciudadano, impregnado de libertad y de redes sociales, es lo más normal.

En la actualidad, ya no creo que algún presidente de partido político piense que el monto de los gastos –no personales sino del partido político–, su origen y su destino, sea una información que deba mantenerse en secreto. Véanlo así: les conviene que no sea información privada porque, hoy en día, la transparencia, la honradez y la sinceridad es el principal capital electoral, y les puede ser tan valioso como desastroso.

Así, a las nuevas generaciones de políticos, ansiosos de adeptos provenientes de esa nueva generación de transparencia, que quieren cambiar la vieja forma de hacer las cosas, puede interesarles mantener sus cuentas limpias y mostrarlas a la población.

Les interesará evitar que ocurran cosas como las de Guatemala, que a la luz de una comisión internacional ha descubierto beneficios de funcionarios a empresarios financistas de aquellos en su fase de candidatos.

También les conviene que su dinero sea limpio: que no provenga del narcotráfico y que tampoco sea dinero de las arcas del Estado. Ya en El Salvador ha ocurrido que algunos políticos están detenidos por su relación con el narcotráfico.

La mejor forma de salirle adelante a los tiempos es mostrar las cuentas y no resistirse a entregar la información financiera. No solo montos. El origen y el uso del dinero público y privado, que solo intenta impulsarlos a triunfos electorales, es una información que deben ver los ciudadanos que marcan las banderas y los rostros de esos candidatos. La búsqueda del poder político –para gobernar la polis– es cosa pública.