Que en un solo día (martes 20 de febrero de este año), hayan sucedido cinco feminicidios (muerte criminal de mujeres), incluyendo el horroroso asesinato de una madre a manos de su propio hijo, es para conmover las fibras sentimentales hasta del más impávido de los salvadoreños, que viene a fotografiar, de cuerpo entero y con relieves impactantes, el grado de criminalidad e inseguridad que azota a nuestro amado país, sin que vislumbremos nada efectivo de las autoridades gubernamentales ni de otras entidades dedicadas, según sus estatutos, a la salvaguarda del género femenino.

El irrespeto a la existencia de nuestras mujeres es no solo preocupante, sino que también alarmante, porque demuestra el grado de insensibilidad moral que, con rapidez asombrosa y características de barbarie, abarca todos los estratos sociales de la nación, si consideramos que en diciembre anterior, en la propia sede de una delegación policial, dos mujeres policías fueron asesinada por compañeros de profesión y una de ellas desapareció de la escena, juntamente con su presunto homicida, también de alta en la Policía Nacional Civil (PNC), sin que ningún funcionario de la corporación proporcione indicios de cómo van las averiguaciones sobre un hecho delictivo gravísimo, no solamente por haberse perpetrado ante una nutrido grupo de elementos policiales, sino porque nadie intervino para evitar la fuga del agente a quien se le imputa la comisión de ese feminicidio, permaneciendo ambos actores en la más densa nebulosa del misterio, hasta el momento en que escribimos estas líneas.

Resolver este caso se ha convertido, incluso a nivel internacional, en una cruel encrucijada que debe ser aclarada y resuelta, cuanto antes, no solo por los directores de la PNC, sino también por los titulares del Ministerio de Seguridad Pública y la Fiscalía General de la República.

Este feminicidio, por las características con que dicen sucedió, agregado al pronto desmantelamiento de toda una división “élite” de la misma corporación, en vez de aclarar el panorama, enturbia y profundiza el clamor de la sociedad por este caso emblemático.

Siendo un joven, la menor de mis hermanas fue bárbaramente asesinada en pleno centro capitalino por un médico, inclinado a la dipsomanía y quien era su pretendiente. Aquel feminicidio, evoco, salió incluso en las portadas de los principales medios capitalinos, con grandes titulares, mientras fiscales, agentes de la desaparecida Sección de investigaciones Criminales(SIC) de la extinta Policía Nacional, así como periodistas, llegaban al hogar materno en busca de indicios que los llevaran a saber sobre el paradero de aquel mal galeno.

Ese feminicidio, incluso, motivó al mismo mandatario del país, el coronel Julio Adalberto Rivera, a presentarse en nuestro hogar y expresarle a mi madre que “había girado órdenes expresas para que ese asesinato no quedara impune”, depositando junto al ataúd de mi hermanita un bello ramo de rosas blancas. ¡Eran tiempos pasados!

Y traigo al recuerdo ese inolvidable y doloroso acontecimiento, para que las actuales y futuras generaciones vean y conozcan el grado de sentimiento y solidaridad que emanaba de la sociedad de entonces, para conmoverse ante el asesinato de una sola mujer, no de muchas mujeres como sucedió la semana pasada. Ni siquiera puedo imaginarme qué podrían haber expresado los abuelos, si esos crímenes horrendos hubieran sucedido en su época.

La etapa del oscurantismo medioeval hace muchos siglos que terminó. Fue una época nefasta para el rol femenino en la sociedad enclaustrada de esa etapa histórica, por erróneas explicaciones bíblicas, que hacían de la mujer “el origen del pecado en el Edén”, pero sin detenerse, siquiera un momento, en realzar el papel heroico y sacrificado de mujeres excelsas que registra la misma Biblia como Judit, Ruth, Ester y otras, que recibieron el don del Espíritu para guiar al pueblo hebreo de aquellas lejanas edades. Tampoco mencionaban a las santas mujeres que acompañaron en su magisterio a Nuestro Señor Jesucristo, quien nació de una mujer excepcional y bendita entre todas las de su género.

Este oscurantismo fue propalado por los conquistadores españoles y pasaron siglos que a las mujeres le prohibían acceso a la educación, por ejemplo. Confiamos que renacerá la esperanza de amar y respetar a la mujer, un ser primordial para formar nuestras familias.