La reunión “privada” con el cuerpo diplomático que se llevó a cabo hace una semana y que la máquina propagandística de CAPRES transmitió en cadena nacional justo al día siguiente —traicionando la buena fe de los ilustres invitados—, es uno de los espectáculos más insólitos que ha protagonizado el presidente Nayib Bukele en sus 23 meses de gobierno.

No solo fue la narrativa caótica, burlesca y demagógica que los señores embajadores tuvieron que tragarse durante el largo tiempo que duró la reunión (convenientemente editada para su transmisión televisiva): es que además fueron insultados en su inteligencia con “lecciones” inverosímiles de democracia y con torcimientos legales destinados a justificar el golpe constitucional del 1 de mayo.

Ningún miembro de la Asamblea Legislativa, por cierto, estaba presente en esa reunión para hablar en nombre del órgano cuyas acciones se discutían. El Presidente de la República, cabeza del poder Ejecutivo, simplemente se arrogó el derecho de sustituir al otro poder del Estado para defenderlo. Dicho de otro modo, el ejercicio retórico del mandatario se convirtió, a la vez, en una exhibición de su control absoluto e incuestionable sobre la Asamblea, algo que (hemos de darle el crédito) fue el eje alrededor del cual giró la campaña electoral de Nuevas Ideas. ¿Recuerdan el cristalino “Vota por la N de Nayib”? Bien. El martes pasado vimos en televisión la ostentación materializada de ese eslogan.

Hasta allí las coincidencias que cualquier occidental civilizado puede tener con la noción de democracia esgrimida por Bukele. El resto de lo que dijo a los embajadores es cualquier cosa menos comprensión de lo que hace reconocible y funcional a una república. Las comparaciones que usó el Presidente, además, son desatinadas e insostenibles: los procesos de elección del Fiscal en Estados Unidos y El Salvador, el poder real que se obtiene del respaldo popular en ambos países —hubo una referencia a Barak Obama que debió provocar carcajadas en Washington— y hasta esa ofensiva mención a las “decenas de millones” de alemanes que, contra la más elemental lógica histórica, afirmó nuestro mandatario que estuvieron de acuerdo con el exterminio judío. Repito: fue un espectáculo insólito, injurioso.

Las leguleyadas tampoco pasaron la prueba de la credibilidad entre los allí presentes. La mezcla de alegatos antijurídicos y la extracción a conveniencia de fragmentos de sentencias fue tan burda, que ninguno de los invitados pudo salir de allí convencido de que las acciones oficialistas gozan de justificación legal. Todo lo contrario. Tanto el representante de la Unión Europea como del Vaticano expresaron, diplomáticamente, sus discrepancias de fondo con lo expuesto por el gobierno.

La intervención más fina fue la de monseñor Santo Gangemi, que citando una frase de uso corriente en la época de Marco Tulio Cicerón, recordó que existen “tantos tribunales como cabezas”. Eso significa que el gobierno puede reunir a cuanto abogado quiera para defender su interpretación de la ley, pero siempre será “su” interpretación; habrá decenas, cientos de abogados que interpreten de manera opuesta la misma ley. ¿Quién define entonces la interpretación correcta, de acuerdo a la Constitución? Exacto: los tribunales o salas de lo constitucional, que es precisamente lo que aquí se han volado el Ejecutivo y el Legislativo. ¿Se habrá comprendido la sutil bofetada? Lo dudo.

Nuestro país está ofreciendo a los ojos del planeta un tercermundismo político de la peor especie. Ojalá pronto muchos salvadoreños se den cuenta y estén dispuestos a corregir.